Halcones contra palomas: aumenta la rebelión de los alemanes dentro del Banco Central Europeo

Si bien Mario Draghi sigue controlando la entidad y la política de tasas negativas y emisión monetaria, aumenta la rebelión de los alemanes que critican esas medidas

Como solía decir el célebre locutor y conductor Cacho Fontana, "todos se paran en la curva para ver cómo volcás". Y esto mismo se le podría señalar hoy a Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE): muchos funcionarios del organismo están esperando que la política monetaria que lleva adelante muestre sus fallas para "caerle con todo" y exhibir el error de su receta para sacar a la zona euro de la crisis económica y financiera de la que aún no termina de salir. Y, de paso, ver si pueden condicionarlo para que no tenga tanta libertad de maniobra en el futuro o, en el peor de los casos, desestabilizarlo para que renuncie antes del fin de su mandato, que vence en 2019.

Los que organizan el complot son los sospechosos de siempre: los funcionarios del organismo de origen alemán (junto con algunos aliados de los países del norte de Europa), que ven con preocupación (y fastidio también) cómo las políticas que lleva adelante el BCE podrían provocar distorsiones futuras, tales como burbujas especulativas, y poner en riesgo la estabilidad monetaria.

De acuerdo con una encuesta publicada por el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), el 75% de la clase política y económica de Alemania considera que la línea que lleva adelante Mario Draghi es peligrosa. El argumento fue muchas veces planteado, en on y en off: las bajas tasas de interés (hoy en terreno negativo) y la política de recompra de títulos públicos (similar al "Quantitative Easing" -QE- llevado adelante con éxito por la Reserva Federal de EE.UU.) desvían a los distintos gobiernos de la zona euro de un indispensable saneamiento fiscal.

El principal vocero de esta posición ha sido Jens Weidmann, presidente del Bundesbank y gran opositor a la política del QE europeo (recientemente afirmó que las tasas bajas desalentaban a los países muy endeudados a acelerar el proceso de reformas), porque siempre sostuvo que el banco se apartaba de su mandato original, que era preservar el valor de la moneda y cumplir con las metas de inflación. A diferencia de la Fed, donde el organismo estadounidense tiene que preocuparse además por la marcha de la economía, el BCE y el euro nacieron con la bendición del Bundesbank (los alemanes aceptaron resignar su moneda nacional, el Deutsche Mark) a cambio de cumplir con este mandato estricto.

Con el anterior presidente, el francés Jean-Claude Trichet, las autoridades del banco nunca se animaron a cruzar la delgada línea roja que separaba ambas políticas. Pero con la llegada de Mario Draghi, y principalmente a raíz de la situación caótica en la que se hundió la zona euro tras la crisis subprime y la de la deuda soberana, el paradigma monetario cambió, a tal punto que llevó al italiano a realizar en septiembre de 2012 su declaración histórica de hacer "todo lo que sea necesario" para salvar al euro.

Sin embargo, esa medida se hizo a costa de inflar el balance del BCE en 2012 y 2013 y de seguir con la misma política ultra expansiva de recompra de deuda pública, por lo menos hasta 2017. Si se salvó el euro, el precio a pagar fue que el organismo no pudo frenar la recesión, principalmente agravada por la decisión de avanzar hacia la consolidación fiscal coordinada (un pacto de equilibrio presupuestario que impide gastar por encima de un cierto límite) y que actúa como un lastre para sacar a la zona euro del pantano en que todavía se halla inmersa.

Otro de los que salió a criticar la política de Draghi es el halcón Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas alemán, quien ve a las medidas del BCE como un peligro para la estabilidad de los mercados financieros. En los últimos días basó su preocupación en que la crisis bursátil china es una prueba de los riesgos que corre la actual política monetaria europea. Y se escudó en que el organismo ya usó demasiada munición para reactivar el crecimiento y la inflación sin grandes resultados hasta ahora.

Por eso resulta crucial la esperada vuelta de tuerca que prometen las autoridades del BCE para marzo próximo, como sostuvo Draghi recientemente. "Será necesario revisar y posiblemente reconsiderar" la política monetaria, manifestó el funcionario, algo que los mercados financieros recibieron con subas, ansiosos por que siga el dinero barato como estímulo de la alicaída economía europea. El derrumbe del precio del petróleo, pero también la inestabilidad en China y otros emergentes le están haciendo pensar a Draghi que todavía no sea la hora de cambiar de medidas, como es el deseo de toda la clase dirigente alemana.

De hecho, los analistas no esperan ningún cambio de rumbo en la política ultra expansiva del banco hasta por lo menos el año próximo (es decir que difícilmente se vuelva a cumplir con los objetivos de inflación del 2% anual durante 2016), algo que pone de muy mal humor al gobierno de Angela Merkel. Por ahora, el rumbo está definido y no parece que haya novedades en el corto plazo, por lo menos hasta que se compruebe si las medidas surten efecto durante el año.

Pero los problemas del BCE con Alemania parecen lejos de terminarse. Hace pocos días atrás se informó que el Tribunal Constitucional de Karlsruhe (la Corte Suprema alemana) iba a revisar a mediados de febrero la legalidad de las compras ilimitadas de títulos públicos por parte del banco (el QE europeo), más allá de que el año pasado fuera autorizado por la Justicia europea. Para Draghi y su equipo, próximamente tocan varias curvas y contracurvas en el camino.

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