Elecciones en peligro: cómo preparase para los ataques de noticias falsas
Las próxima ronda de elecciones, especialmente los comicios presidenciales de Estados Unidos en 2024, serán una gran oportunidad para los malos actores de generar más noticas e imágenes falsas.
En mi experiencia, los verificadores de datos son personas sensatas. Miran las afirmaciones que circulan por Internet y las comprueban, aclarando las que son confusas y refutando las mentiras. No son propensos al pánico moral ni a las teorías de conspiración. Pero algunos de mis verificadores favoritos están empezando a advertir de que las próximas elecciones será atacada desde muchos frentes, y no están recibiendo muchas garantías de que los gobiernos estén pensando seriamente en el riesgo.
El riesgo se divide en tres partes. En primer lugar, las elecciones democráticas pueden tener grandes consecuencias, y los márgenes estrechos importan. El mundo sería muy diferente si Hillary Clinton hubiera derrotado a Donald Trump en 2016, si Trump hubiera derrotado a Joe Biden en 2020 o si el Reino Unido hubiera votado a favor de permanecer en la Unión Europea en 2016. Con una modesta oscilación en el voto, cualquiera de estos resultados podría haber sucedido.
En segundo lugar, el pequeño número de votantes indecisos que suelen ser decisivos en las elecciones a menudo deciden su voto en los últimos días de la campaña. Las sorpresas de última hora pueden marcar la diferencia. En tercer lugar, es barato y fácil lanzar un ataque de desinformación. Teniendo en cuenta los dos puntos anteriores, si usted fuera un mal actor -un gobierno extranjero, un grupo extremista, un multimillonario con la esperanza de ganar influencia-, ¿por qué no intentarlo?
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Hablé con Will Moy, CEO saliente de Full Fact, una organización británica de fact checking, y con Andrew Dudfield, el sustituto interino de Moy y responsable de inteligencia artificial de Full Fact. Su visión de las posibilidades es inquietante.
¿Qué pasaría, por ejemplo, si se produjera una difusión coordinada de imágenes e historias falsas y explosivas? Hace unas semanas, unas imágenes falsas bastante burdas de una explosión inexistente en el Pentágono hicieron temblar brevemente los mercados bursátiles. Las imágenes falsas fueron difundidas por una cuenta de Twitter con una marca azul que parecía ser una cuenta oficial de Bloomberg News -pero no lo era- y por la cuenta de Twitter del medio de comunicación estatal ruso Russia Today (que posteriormente borró el tuit). No es difícil imaginar una pieza de desinformación más sofisticada desatada justo en el momento en el que el electorado acude a las urnas, y que termine siendo decisiva.
El acontecimiento en sí no tiene por qué ser falso. Tal vez se asesine a un agente de policía o se incendie un edificio público, y el ataque de desinformación consista en acusar falsamente a un grupo concreto de ser el responsable. Otra posibilidad es la difusión de información confidencial en el último minuto; incluso la información veraz puede ser muy engañosa si se difunde de forma selectiva.
Una tercera línea de ataque consiste en difundir desinformación sobre el propio proceso electoral, por ejemplo, alegando fraude electoral o intentando suprimir la participación mediante la difusión de mentiras sobre el proceso de votación, la ubicación o la seguridad en el cuarto oscuro, o incluso la fecha de las elecciones. La organización latinoamericana de verificación de datos, Chequeado, ha visto tantos ejemplos de este tipo que ha publicado una lista de los 10 mejores.
Todo esto ya ha ocurrido antes, por lo que no sería sorprendente que se repitiera. Pero quizá no nos hayamos adaptado del todo al hecho de que ahora disponemos de herramientas mucho más potentes para desinformar. Las mentiras pueden venir de gobiernos extranjeros, de influencers que buscan clics e ingresos publicitarios o de adolescentes aburridos.
Las mentiras también pueden dirigirse a través de las redes sociales, susurrando a los votantes en rincones silenciosos de Internet, desapercibidos para los periodistas convencionales, los verificadores de hechos y los comentaristas. Un nuevo estudio de Ben Tappin, Chloe Wittenberg y otros sugiere que, al menos para algunos temas, una orientación bastante básica de un tipo concreto de mensaje a un tipo concreto de persona hace que ese mensaje sea sustancialmente más persuasivo. No hay nada malo en ello, a no ser que esos mensajes pasen desapercibidos para el escrutinio básico de la verificación de datos.
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Estas son algunas de las posibilidades obvias; es de suponer que existen otras formas de ataque que aún no hemos imaginado.
Entonces, ¿cómo debemos responder a estos riesgos sin dejar de ser una sociedad abierta? Es importante no exagerar: propagar un cinismo infundado sobre el proceso electoral es contraproducente, ya que uno de los objetivos de los malos actores es simplemente socavar nuestra confianza en nuestras propias elecciones.
Una posibilidad es seguir el ejemplo de Canadá. Canadá cuenta con un "Protocolo Público de Incidentes Electorales Críticos" que designa un panel independiente de funcionarios públicos para decidir si la integridad de las elecciones está amenazada y, en caso afirmativo, qué hacer al respecto. Se trata de un enfoque bastante suave del problema, pero puede ser acertado.
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Full Fact también sugiere que la desinformación necesita tener el mismo marco que las condiciones meteorológicas extremas, las amenazas terroristas, etc.: deberíamos adoptar una escala del uno al cinco que describa los "incidentes de información" de forma que los especialistas puedan transmitir claramente al resto de nosotros la gravedad real de un problema concreto.
La alternativa es simplemente esperar que no ocurra nada malo, y que si algo ocurre, el gobierno de turno actúe adecuadamente al tiempo que busca la reelección. El potencial de conflicto de intereses es terriblemente obvio. Igualmente obvio es que será imposible confiar en que los políticos que se presentan a elecciones tomen medidas imparciales y adecuadas sobre una competencia que están intentando ganar.
"No sabemos cómo serán las próximas elecciones y tampoco lo sabe nadie", dice Moy. Pero nuestro actual ecosistema informativo es frágil, y hay muchos que estarían encantados de explotar esa fragilidad, tanto dentro de la clase política como mucho más allá de ella. Nuestro intachable historial de desprevención ante cualquier eventualidad, desde una guerra a una crisis financiera o una pandemia, es notable. Pero, a riesgo de estropear la diversión, puede que valga la pena pensarlo con antelación.
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