El reformador argentino de la motosierra está siendo más ortodoxo de lo que parece
El riesgo es que el presidente Javier Milei proclame la victoria de su programa económico demasiado pronto.
Uno pensaría que bastaría con un presidente con motosierra por hemisferio, pero las Américas se las han ingeniado para encontrar dos. El presidente argentino Javier Milei, un showman, hace poco le regaló a Elon Musk, el vándalo de la administración de EE.UU, una versión de su emblemática herramienta eléctrica para cortar madera en homenaje a su misión conjunta de reducir el tamaño del Estado.
Detrás de este dramatismo de aficionado se esconde un éxito que ha sorprendido a muchos, incluido un servidor, debo confesar. Desde su elección en noviembre de 2023, la liberalización económica y el conservadurismo fiscal y monetario de Milei han roto con el pasado intervencionista de Argentina, aunque sus políticas difieren bastante del trumpismo. También sigue siendo bastante popular a pesar del aumento de la pobreza resultante de los ajustes. El riesgo para Milei, además de la política obstruccionista habitual de Argentina y sus excentricidades personales, es que sucumba a la debilidad tradicional de los reformistas argentinos de declarar la victoria antes de tiempo.
Milei ha abandonado sus planes más alocados de dolarizar la economía y cortar las relaciones comerciales con China. Sin embargo, ha cerrado el déficit gubernamental con ajustes fiscales, recortes del gasto público y una marcada reducción de la inflación. Fue la búsqueda inconsistente de la estabilidad monetaria y cambiaria lo que acabó con Mauricio Macri, el último presidente que predicó la ortodoxia económica. Milei también ha emprendido una rápida desregulación y liberalizado el comercio de bienes mediante la reducción de aranceles.
Los beneficios a largo plazo de la liberalización aún están por verse. La desregulación precipitada conlleva riesgos. Pero la economía argentina, rodeada de reglas y restricciones que empoderan y enriquecen a unos pocos grupos, está preparada para la liberalización. Milei no ha eliminado sin pensar grandes porciones de la burocracia siguiendo el modelo de Musk. En la práctica, su reestructuración se ha basado más en un machete burocrático, tal vez incluso en un cuchillo de trinchar, que en la motosierra de Musk.
La liberalización comercial de Milei merece todo tipo de elogios. Ha reducido los aranceles a los bienes de consumo y, al menos temporalmente, los impuestos a las exportaciones agrícolas. Si nos remontamos a la presidencia de Juan Perón en los años 1940 y 1950, la política comercial de Argentina ha sido un extraño ejercicio de desventaja comparativa: ha perjudicado a la agricultura, donde Argentina es competitiva a nivel mundial, para proteger la industria, que no lo es.
Las amenazas al éxito de Milei recuerdan la presidencia de Carlos Menem (1989-1999). Menem también era un showman extravagante, aunque este lucía un bronceado permanente y llevaba trajes elegantes en lugar de chaquetas de cuero y motosierras. Menem emprendió la desregulación y privatización de empresas estatales, pero gran parte de su política fue errática, dado que creó monopolios y muchas ineficiencias.
El esfuerzo de Menem se centró en fijar el peso frente al dólar, pero no logró mantener la disciplina en los déficits fiscal y externo. A los sucesivos planes de rescate del FMI les sucedió el mayor default soberano de la historia en 2001. Milei también está lidiando con una moneda muy cara. En términos reales, el peso argentino se disparó más en 2024 en relación con otras monedas de mercados emergentes.
La tentación es apuntalar el tipo de cambio nominal para controlar la inflación. En el caso de Milei, eso le facilitaría las cosas en el Congreso, cuyas elecciones están previstas para octubre. No obstante, esto da lugar a préstamos internacionales costosos y, con frecuencia, a crisis de deuda. Menos arriesgado, pero poco popular desde un punto de vista político, sería ceder a las demandas del FMI de reducir la sobrevaluación del tipo de cambio y eliminar gradualmente los controles cambiarios. Milei promete que lo hará, pero la estrategia electoral significa que esos planes siempre pueden cambiar. Su promoción de un desastroso proyecto de criptomonedas no aumentó su popularidad ni su capital político.
Al igual que con Menem, existe un peligro para Milei de mantener una relación demasiado estrecha con el presidente estadounidense. El FMI y la administración de Bill Clinton convirtieron a Menem en un modelo internacional de reformas. De hecho, acudió como invitado de honor para hablar en la reunión anual del fondo en 1998. Le dieron demasiada libertad tras concederle varios préstamos de rescate, lo que empeoró la situación cuando llegó el impago.
Si Milei explota su relación con Donald Trump y consigue que el FMI le permita mantener un tipo de cambio real sobrevaluado, aumentarán los riesgos para sus reformas. A pesar de su cordialidad personal, el conservadurismo fiscal y el libre comercio de Milei son muy diferentes a la adicción de Trump a los recortes fiscales y al proteccionismo.
En cierto sentido, Milei es la encarnación de un programa de préstamos tradicional del FMI, aunque con una motosierra en la mano. Pero ahora se encuentra en el tipo de coyuntura en la que sus reformas o bien siguen por el buen camino o empiezan a divergir peligrosamente. La presidencia de Milei ha superado hasta ahora muchas expectativas. El futuro de Argentina depende de que ignore los cantos de sirena que le piden que sea indulgente con las reformas.
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