Redes sociales polarización y cultura de la amplificación: ¿cómo logramos la vuelta?
Twittear un insulto, enviar una cadena de Whatsapps hablando mal de alguien o dedicar un podcast a defenestrar una idea tienen costo cero. Cada vez es más difícil hallar representantes de la "no grieta".
Desde hace un tiempo reflexiono sobre lo distinto que es informarse hoy respecto de hace algunas décadas: portales, programas online, Whatsapp, Twitter, webinars, Youtube, etc. Celebro que esta multiplicidad de vías de comunicación haya democratizado el acceso a diversas voces.
Personas que serían contundentemente marginadas para tener su espacio en medios tradicionales, hoy pueden tener desde un programa propio en una radio online, hasta un espacio en una revista digital, e incluso pueden ser una voz relevante en redes sociales. A mí, que me encanta la diversidad en todos los espacios, me parece una situación maravillosa.
Sin embargo, también noto que esta multiplicidad exponencial de voces tiene como contrapartida un trabajo extra por parte de quienes consumimos información.
Tener la posibilidad de informarte de absolutamente todo me hace sentir por un lado confundida, ¿a quién escucho? ¿me subo a este Space? ¿cuál es la noticia del día? ¿Replico, difundo las que me divierten, las que critican, las que generan malestar, las que enojan? ¿Me refugio en quienes opinan como yo o hacen lo que yo creo está bien? ¿O evalúo, verifico con periodistas que investigan, con expertos sobre cada tema y que presenten las credenciales para cada tema?
Pienso que las personas que no somos profesionales de la comunicación ni trabajamos en medios hemos obtenido un poder que no teníamos, pero que cada vez usamos más para lastimarnos y confrontar. Twittear un insulto con destinatario, enviar una cadena de Whatsapps hablando mal de alguien por su manera de expresar, o por haberse mostrado con una persona u organización que no sea de tu agrado, dedicar un podcast a la defenestración de una idea y sus representantes. Todas ellas y más ejemplos tienen costo cero para quienes lo hacen, (y para algunos habilidosos incluso tiene saldo positivo).
Podemos debatir si todas las ideas son igualmente válidas y fundamentadas y quiénes son los interlocutores más relevantes. Pero más allá de los criterios de validez y relevancia, nos hemos acostumbrado a confrontar sin piedad. Y no me refiero a que debemos pensar todos lo mismo: la diversidad de puntos de vista nos enriquece.
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A pesar de que somos más o menos conscientes de ello, seguimos sintiéndonos cómodos entre quienes son nuestros iguales (y me temo que cada vez más). Una escucha poderosa es aquella que nos abre a las palabras del otro, a entender desde dónde habla y a bajar nuestras propias barreras a ver si nos convence.
Pero ya ni siquiera hablo de cambiar nuestro punto de vista o incorporar nuevas opiniones: lo que me alerta es que cada vez nos resulta más válido atacar a quienes son o piensan distinto, en vez de tratar de convencer o dialogar.
No queremos escuchar al que piensa diferente, nos molesta, nos hace perder tiempo, entonces es mejor directamente criticarlo, ignorarlo, estigmatizarlo y ponernos "enfrente". Hoy tenemos la facilidad de encorsetarnos y atrincherarnos en nuestro metro cuadrado, al que ahora le sumamos "amenities" comunicativos y la posibilidad de escondernos tras seudónimos que diluyen la responsabilidad de lo que decimos.
Es fácil subirse a una ola, es divertido, te hace sentir parte de algo más grande, y si te festejan, alimenta tu ego. Todo ello hace que queden cada vez más desiertos los espacios comunes, allí donde podríamos exponer y debatir ideas con la intención de dialogar, darle la oportunidad al otro de opinar y no sólo de hacer un show para nuestra tribuna.
Cada vez es más costoso concordar y buscar representantes de la "no grieta". Tenemos un poder nunca antes visto y sin embargo lo usamos para destruirnos los unos a los otros.
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La pregunta obligatoria es si esto pasa sólo en Argentina o es un fenómeno mundial. Y sí, la realidad nos muestra que no somos los únicos ni los especiales. Veamos países como Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, España o Alemania: las grietas sociales y políticas podrán tener especificidades propias de cada cultura y contexto, pero el clivaje está siempre presente.
De hecho, es tema a mencionar en foros como los de Davos o G20, entre otros. En estos días escuché al presidente alemán, quien será el líder del G7, hablando de cautela, amabilidad, ser realista, trabajar en conjunto para restaurar la confianza, cooperación, diálogo y no confrontación. Este tema está en la agenda de varios alrededor del mundo.
Será mal de muchos, consuelo de tontos, pero destruye un poco la hipótesis de que los argentinos somos malos y vinimos fallados. ¿Podremos dar vuelta ese estigma? ¿Podremos ser algo más constructivo que personas que disfrutan el error de otras personas, que luego invierten horas, días para ridiculizar y destruir? ¿Por qué no invertimos más tiempo en difundir cosas buenas, en disfrutar de nuestros éxitos, pero también de los ajenos? ¿Por qué no también potenciarlos? ¿Y si empezamos por eso?
Al menos esa es la premisa que trato de difundir desde Fundación Liderazgos y Organizaciones Responsables (FLOR), acompañar los logros de las personas, visibilizarlos, hacer eco de lo positivo y tratar de debatir sanamente con quienes tengan opiniones diferentes.
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Un tiempo antes de la aparición de los celulares, se habían hecho populares los handies, -la radiocomunicación- y en la pyme, todos los que teníamos cerca un equipo escuchábamos los enojos entre unos y otros. Eso destruía al increpado, y al resto nos hacía sentir mal escuchando el reto; por eso la premisa que aprendí de muy joven: las críticas se hacen personalmente, y los apoyos y ecos de lo positivo, en público.
Claro, no todos tenemos la posibilidad de hablar de forma directa con quien queramos, pero sí tenemos la chance de medir nuestras palabras para ser constructivos a la hora de marcar el error ajeno, de hacernos responsables del tipo de cultura que creamos con cada una de nuestras acciones (por pequeñas que parezcan) y ser parte de una conversación que dirija hacia el Bien Común, no a la violencia y la polarización.
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