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Las cuatro dimensiones del proceso político

A partir del 10 de diciembre la naturaleza del proceso político estará determinada por dos factores: quién sea elegido presidente (y con cuánto apoyo), y la magnitud inicial de los problemas por resolver. El primer aspecto nos habla de la fortaleza política que habrá disponible, el segundo de la sustentabilidad del proceso.

Este encuadre intenta resaltar que en Argentina no sólo necesitamos saber quién será Presidente, sino también saber con qué recursos contará y qué nivel de complejidad tendrán finalmente los desafíos que tenga por delante. E intenta resaltar también que para sacar al país de esta situación, no se requieren sólo decisiones individuales, sino colectivas. Porque más que un Presidente, el sistema político está necesitando una coalición que funcione, y que pueda reunir consenso político y social para enfrentar la difícil tarea de repartir pérdidas en vez de ganancias, porque eso habrá al inicio del camino. Habrá que hacerlo con la mayor equidad posible, pero se requerirá de una amplia voluntad social que sostenga el rumbo, convencida de que es el correcto, hasta que se vean los frutos del esfuerzo.

Estos dos factores se disuelven a su vez en cuatro dimensiones que moldearán la naturaleza del proceso político: el tipo de cambio buscado, la fortaleza política necesaria, la resistencia encontrada y la expectativa social a satisfacer.

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La primer dimensión, que tiene que ver con la magnitud de los problemas por resolver, es la definición del nivel de cambio buscado. Hay un consenso amplio de que hay que cambiar efectivamente una cantidad de aspectos vinculados a la organización política y/o económica de la Argentina. Pero hay diferencias en la profundidad de la transformación que se desea hacer. No es lo mismo buscar cambios radicales en la mayor parte de los aspectos políticos y económicos del país, que buscar cambios progresivos en ellos, porque los diferentes niveles de cambios recogen diferentes niveles de consenso social. Entonces, la diferencia entre uno u otro nivel no es sólo aspiracional, sino que también es factual. ¿Cuánto del cambio que se quiere hacer, se puede hacer?, ¿Se puede todo o se puede una parte? El modo en que se defina esta dimensión, determinará buena parte de la naturaleza del proceso político venidero.

La segunda dimensión es la fortaleza política, que está definida por la primer dimensión (el nivel de cambio buscado). El que pretende un cambio más radical requiere de mayor fortaleza política, el que pretende cambios progresivos, podría aspirar a lograrlo con menos fortaleza política. O podría ser leído al revés, dependiendo del nivel de fortaleza política que tengo (consenso político y social), podré definir qué tipo de cambio pudo buscar. Es cierto que aquí entra en juego la capacidad que tiene un liderazgo político de convencer a la mayor parte de los actores involucrados en la toma de decisión (ya sean políticos, sociales o corporativos) de qué decisiones que hay que tomar. Pero el nivel de cambio buscado no puede estar enajenado de la fortaleza política con que se cuenta. Porque lo importante no es la profundidad de cambio que se desee, sino la profundidad de cambio que se pueda lograr.

El nivel del cambio y la fortaleza política se ecualizan con la tercera dimensión: el nivel de resistencia a los cambios buscados. Esta dimensión determina la factibilidad del proceso. Si se buscan cambios muy profundos, se va a encontrar resistencias muy profundas, sobre todo si dichas alteraciones afectan el statu quo o el estado de beneficio de determinados actores de la escena política y social. Incluyendo allí a todos los ciudadanos, que podrían verse afectados por las decisiones por tomar. En efecto, si hay problemas de gran magnitud por delante, es porque se han acumulado desequilibrios de gran magnitud precisamente porque no hubo voluntad de afectar beneficios o ventajas. Es decir, no hubo voluntad de enfrentar resistencias.

En último lugar, se encuentra la dimensión de las expectativas, contraparte del nivel de cambio buscado. Al determinar un nivel de profundidad de cambio a buscar, estoy definiendo el nivel de fortaleza política que voy a requerir, el nivel de resistencia que voy a encontrar, y todo ello determinará el nivel de expectativa social que estoy dispuesto a satisfacer. La sustentabilidad del proceso político cuenta con un combustible que es la legitimidad popular, la creencia de que se está yendo en el rumbo correcto. Pero si frente a la expectativa de cambio, no se logra satisfacerla en tiempo y forma (o porque la expectativa es exagerada o porque el tipo de cambio buscado es exagerado), esa expectativa se vuelve reproche y empieza a afectar el nivel de combustible que se dispone para avanzar con los cambios.

Es cierto, todavía nos falta conocer el punto de inicio de ese proceso, quién será elegido, con qué legitimidad y finalmente que magnitud de problemas enfrentará, pero tenemos certezas de cómo será el camino. Lo que sabemos, aún en ese marco de incertidumbre sobre el punto de partida, es que tendrá que haber un equilibrio exitoso entre: el nivel de cambio que se busque, la fortaleza política con la que se cuente, el nivel de resistencia que se enfrente y la expectativa o apoyo social que haya mientras todo el proceso transcurre.

Al iniciar su mandato, el Presidente que resulte electo contará probablemente con algún nivel de acompañamiento social para empezar a tomar decisiones. Pero es de esperar que ese apoyo inicial, que ese capital político, se vaya deteriorando. Y hay que tener la cuota de determinación e inteligencia para identificar qué se puede hacer y qué no para sobrevivir al intento, y poder lograr algún objetivo de cambio. En definitiva, Argentina no necesita saber solo quién será el presidente, sino conocer también con qué (fortaleza), cómo (estrategia) y para qué (tipo de cambio). O lo que es lo mismo, si habrá condiciones políticas propicias para resolver los complejos problemas que afectan a nuestro país.


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