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La Jefatura de Gabinete, tan esencial como desgastante

"La Jefatura de Gabinete es un sofá cama, incómodo para dormir e incómodo para sentarse" deslizó, ocurrentemente, Juan Manuel Abal Medina para referirse al cargo que ejerció entre 2011 y 2013, en tiempos del segundo mandato de Cristina Kirchner. Atrapado por múltiples embates internos, quizás no haya hoy alguien más dispuesto a refrendar esas palabras que el actual (aunque ya casi eyectado) jefe de Gabinete del gobierno libertario, Nicolás Posse. Para muestra de la erosión del vínculo Javier Milei-Posse bastan dos gestos: el Presidente decidió evitar saludarlo en los actos públicos que compartieron por el 25 de mayo, tanto en el Tedeum como en el Cabildo de Córdoba.

En medio de la vorágine de cada renovación ministerial, como la que parece estar por sucederse en los próximos días, perdemos de vista el rol de una figura como la del jefe de Gabinete de ministros de la Nación. Por caso, es el único ministro que cuenta con rango constitucional, a partir de la innovación institucional que significó la creación de su puesto, sellada en la reforma de la Constitución Nacional de 1994. En casi treinta años de existencia, veinte personas distintas se han desempeñado como jefes de Gabinete. Si hiciéramos un repaso por las trayectorias de los dirigentes que llegaron a tal rango, nos encontraremos con que, en términos generales, ese tránsito no les ha permitido potenciar sus carreras políticas (a excepción de la curiosa experiencia de Alberto Fernández). Más aún, para algunos ha significado, incluso, una fuente de erosión de su status político.

Nicolás Posse

En este contexto, aparecen entretejidas algunas cuestiones más de fondo que nos impulsan un conjunto de interrogantes. ¿Cuál es el lugar de poder que realmente ocupa? ¿Cómo se explica la divergencia entre lo que se espera de él y lo que efectivamente es? ¿Hay allí un problema de personas o estamos ante las consecuencias de un diseño institucional fallido?

La hibridez y la dualidad del "ministro coordinador" surge de sus orígenes y de las pretensiones contrapuestas que presentaban Raúl Alfonsín y Carlos Menem al encarar la reforma del ‘94. Por un lado, el líder radical empujaba la incorporación de un elemento semi presidencialista, que desconcentrara el poder del Ejecutivo y atenuara el presidencialismo, especialmente cuestionado en el mundo de las ideas de esas décadas. Por su parte, el líder peronista anhelaba la perpetuación del presidencialismo existente, primariamente por medio de la habilitación de su reelección. En todo caso, podía aceptar el nacimiento de un ministro más importante que el resto, que recortara el manejo presupuestario concentrado por Domingo Cavallo, pero que, al final del camino, no dejara de ser un mero asistente del presidente. En efecto, la que quedó inaugurada fue una figura ambigua, que no terminó de alcanzar los ideales alfonsinistas y cuyo desplazamiento puede ser definido por quien se encuentre ejerciendo la presidencia de la Nación.

En términos de operatividad gubernamental, la consolidación de su rol administrativo ha sido más significativa que la extensión de su estela de preponderancia política. De esta manera, observamos que en el día a día de la administración general del país, el jefe de Gabinete se encarga de llevar adelante la ejecución del presupuesto, algo que exige una gimnasia decisional muy particular. De igual forma, define nombramientos en cargos inferiores, incluso sobre áreas de gestión que le son anexadas contingentemente a su esfera de influencias. Asimismo, opera de enlace informativo con el Congreso, por medio de los comparecimientos mensuales alternados a cada una de las Cámaras.

Más allá de todo, el verdadero peso específico de un jefe de Gabinete se termina midiendo por el grado de presencia e influencia que resguarda sobre las funciones políticas. Esto es, en la coordinación del resto del gabinete, en la asistencia en las negociaciones políticas para hacer avanzar la agenda gubernamental y en la vocería de los actos de gestión. Conectado a la capacidad de llevar adelante satisfactoriamente sus funciones políticas aparece en escena una condición sine qua non: el vínculo personal de confianza entre su figura y la del Presidente.

En un libro de su autoría y de reciente publicación, el exjefe de Gabinete Marcos Peña explicita la relevancia insustituible de esta vinculación con un agradecimiento final al expresidente Mauricio Macri "por la confianza". Se pone de manifiesto que, sin ella, la importancia relativa del ministro se diluye, tanto al interior del gobierno como para el resto del sistema político, y la endeblez otorgada por su limitada capacidad operativa termina colocándolo más cerca de la pena que de la gloria.

El auge y la caída de Posse parecen haberse sucedido de manera acelerada. Desde el seno del propio oficialismo, no tardaron en alimentarse versiones de funcionarios preseleccionados para ingresar a la Jefatura de Gabinete. Guillermo Francos es uno de los principales apuntados, al reunir atributos de gestión y credenciales comunicacionales, en consonancia con un perfil político que le asegura llegada al Congreso. Sin embargo, su jerarquización aparenta estar ligada a la suerte de la Ley Bases y el paquete fiscal en el Senado.

En otro sentido, Eduardo ‘Lule' Menem cuenta con toda la confianza de Karina Milei, pero su desembarco en un puesto de elevada exposición y desgaste significaría un esfuerzo por discontinuar su bajo perfil. Por su parte, quienes apuntan a Manuel Adorni destacan su destreza en la comunicación y en la defensa de la administración libertaria, mientras que Patricia Bullrich sobresale por su alineamiento con el Presidente y su buena imagen entre la opinión pública. Si lo que se termina privilegiando es la potenciación de la transformación económica, allí cobra fuerza la idea de un salto de José Luis Espert al Ejecutivo, apalancado también en las conexiones legislativas que fue forjando en los últimos años, desde su banca de diputado.

En el contexto de un Presidente acostumbrado a delegar la administración diaria y las gestiones políticas, el ‘triángulo de hierro' (integrado por los hermanos Milei y Santiago Caputo) deberá sopesar de manera muy amplia y sofisticada la decisión sobre el futuro jefe de Gabinete. Una vez más, la confianza recibida terminará por definir la suerte de ese próximo ministro coordinador, al mismo tiempo que las experiencias que vengan hacia adelante nos ayudarán a seguir evaluando la necesidad de abordar cambios al diseño institucional de esta figura, más temprano que tarde.

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