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Javier Milei Presidente: el fin del principio

El triunfo indiscutible de Javier Milei ha recibido numerosas interpretaciones. Algunos analistas políticos han resaltado que se trató más de una derrota de Sergio Massa, y del inocultable fracaso que él encarna, que de una victoria de las ideas y valores del presidente electo. Otros han resaltado que muchas de esas ideas y de esos valores no son compartidos por la totalidad de sus votantes, pero que prevaleció más el miedo al desastre conocido que el miedo a adentrarse en un territorio desconocido. Pero la mayoría de los análisis o hipótesis coinciden en una cuestión central: quienes votaron a Milei quieren un cambio. Y preferiblemente un cambio radical y definitivo.

Milei logró interpretar, antes que y como ningún otro político argentino, esa demanda de cambio. Pero no sólo la interpretó sino que además fue muy hábil para difundirla e inculcarla en sectores de la sociedad y la opinión pública, por lo general, poco movilizados y escasamente informados. Uno de los legados del fenómeno Milei es sin dudas el haber interesado a una enorme cantidad de jóvenes (muchos primeros votantes) en la política y en la discusión de soluciones a los problemas argentinos. El apetito por el cambio es innegable no importan demasiado las razones que lo alientan; la clave será no defraudarlo. Pero la diversidad de demandas que encierra la palabra cambio genera un gran desafío. Tanto a la hora de administrarlas como de satisfacerlas.

Cambio es siempre sinónimo de conflicto. Nada se cambia sin conflicto. Y es probable que en la oferta electoral Milei haya logrado mostrarse como el más predispuesto a enfrentar el conflicto. Una predisposición ausente en las expresiones más tradicionales de la política argentina y sobre todo en Massa; quien tal vez exprese como nadie esa vocación permanente por eludir el conflicto y preservar el status quo.

El plato estaba servido

Mantener a sus votantes movilizados y predispuestos a apoyar el cambio, por más antipáticas que algunas medidas pudieran resultar, será el primer desafío del presidente electo. El haber llegado a la presidencia, por más impensado y titánico que luzca, es sólo el principio. Y recordando la frase de Wiston Churchill no creemos que estemos frente al principio del fin. Es sólo el fin del principio.

Milei parece estar consciente de lo desafiante que serán sus primeros pasos en la presidencia. En su primera aparición pública luego de ser electo sostuvo: "No hay lugar para el gradualismo, no hay lugar para la tibieza, no hay lugar para medias tintas. Si no avanzamos rápido con los cambios estructurales que la Argentina necesita, nos dirigimos derecho a la peor crisis de toda nuestra historia". Se trata de un diagnóstico tan correcto como inquietante. El tiempo de poder graduar las correcciones o de posponer las medidas más antipáticas para más adelante ya pasó. Además, para que la estabilización pueda tener éxito es imprescindible acompañarla, desde un primer momento, con un paquete de reformas que apunte de lleno a resolver las flaquezas estructurales que desalientan la inversión, que estrangulan al sector privado y que nos hacen muy poco competitivos. Un diagnóstico correcto es el punto de partida de cualquier intento de cambio de régimen exitoso. Pero no lo es todo.

El diseño y el contenido del programa, su comunicación y su ejecución son tan importantes como el diagnóstico a partir del cual se elabora. Y en materia de contenido son muchas más las dudas que las certezas. Sabemos de la voluntad de eliminar el déficit fiscal, de corregir las distorsiones de precios relativos, de resolver el desafío de las Leliq, de eliminar los controles y trabas cambiarias, de liberar el comercio, de honrar los compromisos asumidos, y de defender la propiedad privada. Lo que por cierto no es poco y debe ser valorado por cuanto marca un cambio trascendental respecto de la errada orientación previa.

Pero entramos a partir de ahora en los dominios del cómo. Y la impaciencia por conocer detalles se hará sentir rápidamente. Cuando se conozca el equipo con el que Milei llevará adelante su gestión tendremos alguna pista, pero habrá que esperar hasta conocer las medidas concretas, su secuencia y su instrumentación legal para tener una visión más acabada de lo que nos deparará la gestión del presidente electo. La danza de nombres de posibles miembros de ese equipo no es una buena señal. Refleja improvisación y debería terminar pronto, porque de continuar podría afectar negativamente las expectativas.

Sobredosis de Massismo explícito

Pero, en el futuro más inmediato, todavía quedan algunos días en los que la gestión estará en manos de uno de los peores equipos de gobierno de la historia. Que ha hecho un culto del oscurantismo más descarado y que le deja al próximo gobierno una de las peores herencias de nuestra historia; la cual se ha agravado, además, de una manera escandalosa y probablemente aún no del todo conocida por la ambición del ministro-candidato. En este sentido, si es verdad la vocación de este gobierno por facilitar la transición, sería muy buena señal que se informara al próximo gobierno y a la opinión pública sobre el verdadero déficit fiscal y el stock de deuda flotante del Tesoro, sobre la magnitud de los compromisos con importadores, del monto de los encajes en dólares utilizados con otros fines, y del estado del swap con China entre otras cuestiones centrales. Pero todo indica que sería demasiado pedir.

No será fácil hacer realidad lo expresado por el próximo presidente: "Quiero decirles a todos los argentinos que se trata del fin de la decadencia argentina. Hoy empezamos a dar vuelta la página de nuestra historia y volvemos a retomar el camino que nunca deberíamos haber perdido". Pero hoy hay una ventana de oportunidad que antes no existía. Y eso es todo un comienzo.

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