¿Hasta cuándo Milei estará solo en la escena?
El 19 de noviembre pasado se produjo un resultado: Javier Milei ganó la segunda vuelta presidencial con una diferencia de 11 puntos y se convirtió en Presidente. Como todo resultado, disparó una reinterpretación del proceso electoral que se condensó en una sentencia unívoca: la sociedad argentina eligió a Milei para gobernar.
Se vuelve difícil discutir esa sentencia, ya que el resultado habla por sí solo. Sin embargo, la misma no parece ser del todo descriptiva de lo que efectivamente ocurrió. Es difícil hablar de elegir cuando las opciones son sólo dos, como en todo balotaje, y donde simplemente se termina optando. Y siendo que los apoyos nuevos que se suman provienen de otras preferencias, esos votantes terminan habitualmente optando por el mal menor.
El propio Milei admitió recientemente que su triunfo ocurrió porque se dio "una triple carambola", reconociendo la naturaleza multicausal (o particular) del resultado. Sin embargo, se vuelve difícil confrontar con la idea de un presidente liberal libertario legítimamente electo por la sociedad argentina, al menos si se lo lee desde el resultado.
El sesgo retrospectivo, también conocido como hindsight bias, es la tendencia a ver los eventos pasados como más predecibles de lo que realmente eran. Después de que un evento ha ocurrido, las personas tienden a creer que lo habrían predicho o esperado, y a reinterpretar que lo que ocurrió es lo que todos buscaron que ocurra.
Nadie puede negar que el año pasado había una fuerte demanda de cambio en la sociedad, de un cambio político profundo, pero -sesgo retrospectivo mediante- la reinterpretación que ha prevalecido de los hechos es que se terminó eligiendo en virtud de los atributos particulares de Milei. La gente eligió a un outsider (alguien nuevo), de orientación liberal radical y sin procedencia política (un no político profesional).
Ser nuevo y muy distinto (posturas radicales y procedencia no política) favoreció la interpretación de que se iniciaba un cambio radical en Argentina, lo que potenció la generación de expectativa. Si probamos con todo y nada funcionó, probar con algo radicalmente nuevo puede ser la solución. Milei alimentó estas reinterpretaciones con una narrativa fundacional (acá se inició una revolución), y con propuestas disruptivas para la tradición política.
Si esto nuevo que emergió en la elección es lo que generó la expectativa de dejar atrás lo viejo que no funciona, es muy comprensible que mientras esa expectativa permanezca viva, nos parecerá que Milei está solo en la escena. No hay otra cosa nueva en la escena que pueda competir contra esa novedad, y todo lo viejo que se le pone enfrente refleja automáticamente todos los defectos de lo viejo que nunca funcionó. Allí radican los condicionantes para que todos los políticos profesionales de la escena puedan ser un freno para la fuerza arrolladora de lo nuevo.
Sin embargo, la expectativa que generó Milei deberá ser alimentada con resultados. Si la gente votó por un cambio, esperará que los resultados económicos produzcan ese cambio. Podrá haber más paciencia si el presidente logra convencer a la gente que se está en el camino correcto, pero si no lo logra, tarde o temprano la novedad de Milei dejará de ser novedosa y se volverá uno más en el argot de lo viejo.
Hoy la única oposición que enfrenta Milei es su eventual fracaso, que es lo que lo volvería igual a lo viejo. De la mano de ese eventual fracaso podrán emerger sus alternativas. Y como ocurre con toda mala experiencia, se demandará lo opuesto a lo que fracasa. Si un presidente liberal y sin experiencia política no termina ofreciendo resultados, podría demandarse nuevamente un político profesional con un sesgo más productivista y menos libremercadista.
Con partidos fragmentados (tanto el peronismo como Juntos por el Cambio perdieron consistencia de unidad), es probable que los protagonismos vengan de quienes hasta aquí han mostrado ser los contradictores: los gobernadores. Y por peso específico o por territorio hay dos que, con perfiles muy distintos, asoman la cabeza para protagonizar potencialmente una rivalidad competitiva con el presidente de cara al futuro inmediato: Axel Kicillof y Martín Llaryora.
Las pretensiones de Kicillof de ser el rival de Milei en 2027 son tan inocultables como incontenibles, al punto de ya haber generado un cortocircuito con su mentora. Pero enfrenta el histórico dilema de todo aquel que pretende liderar una oferta electoral desde el peronismo: necesita el aval de Cristina Fernández de Kirchner (sin Cristina no se puede), aunque ese apoyo luego tendrá que ser disimulado (ya que con Cristina no alcanza). Y la tarea de disimulo será desafiante para Kicillof porque su posicionamiento está intrínsecamente ligado a la figura de CFK, cargada de la mala reputación de lo viejo que no funcionó. Una mimetización que queda hasta expresada en la curiosidad de que su apellido también empieza con K.
El otro gobernador con potencial de asumir un protagonismo rivalizante con Milei de cara a 2027 es Llaryora. Gobierna una de las provincias más grandes del país, que ha venido mostrando un modelo productivo exitoso, y no sólo se trata de un político experimentado con habilidad para construir una alianza que le dé sustento a su ansia de protagonismo, sino que tiene la conveniente capacidad de poder representar a un votante peronista, pero también a un votante refractario al kirchnerismo. Una combinación que es un diferencial ante cualquier otro aspirante.
En definitiva, hoy Milei pareciera estar solo en la escena producto de la fuerte expectativa que hay con que este cambio radical produzca resultados. Pero si esos resultados no aparecen (su storytelling anunciaba que lo peor iba a ocurrir en marzo/abril, con lo que pronto debería empezar a mostrar que su pronóstico se cumple), naturalmente comenzarán a aparecer los rivales que ofrecerán soluciones a lo que Milei demuestre no estar pudiendo resolver.
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