Escenario 2025, un mix de transición y visión
Todo en todas partes al mismo tiempo, así se llama la delirante película ganadora del Oscar en 2022 que nos invitó a revisar desde otra perspectiva la misteriosa conformación de la realidad. Nos plantea si el mundo que vemos es el único posible, qué pasaría si realidades paralelas empiezan a conectarse, cuántos futuros están germinando y compitiendo por salir a la superficie.
Aunque la referencia puede sonar desproporcionada, grafica perfectamente el momento actual. La pandemia, que ya aparece como un pasado lejano, sigue siendo responsable del presente y de muchas de las dinámicas intertemporales que surgieron. De esa disrupción, el e-commerce y el teletrabajo son grandes ejemplos de lo que vino para quedarse, piezas fundamentales de veloz adaptación al nuevo paradigma.
Y cuando sentimos que por fin estamos listos, un mundo en guerra y la aceleración tecnológica vuelven a desafiarnos. Ahí vamos, de la transición del ‘nuevo normal' hacia un ‘nuevo orden global'.
Volatilidad estabilizada
La iteración entre la geopolítica y la tecnología favorece la aceleración. El cambio continuo nos conduce a un nivel de volatilidad "natural" diferente, en el que sólo aquellos que puedan desarrollar nuevas capacidades van a sobrevivir. Según un trabajo de PwC, el 47% de los negocios estará en riesgo en los próximos diez años.
Esto ya está pasando. Se estima que, hacia 2030, el e-commerce explicará el 30% del comercio minorista global, y el 70% de las empresas adecuarán su oferta al consumidor. Para ese año, se proyectan más de 75 mil millones de dispositivos conectados a internet (IoT) y una automatización de más del 30% de los empleos actuales (IA).
Hacia 2040, el 70% de la población será urbana, más del 50% de la generación de energía será renovable, el abastecimiento intrarregional aumentará un 20%, y se incrementarán considerablemente las regulaciones en economías desarrolladas.
El desafío para las empresas es enorme, pero su capacidad de transformación también lo es. Esto explica cómo la incertidumbre y la volatilidad rápidamente pasaron de ser una amenaza a convertirse en una oportunidad. La última encuesta de expectativas empresariales de McKinsey muestra esta reversión: mientras que en 2022 el 54% de los CEO veía un futuro peor y solo un 32% mejor, en 2024 el 45% es optimista y solo un 22% tiene expectativas negativas. Este contexto vuelve a poner en el centro la construcción de escenarios y la capacidad de planificar y diseñar estrategias.
Argentina en la batalla del año
Frente a una disrupción política que refleja un cambio de ciclo histórico y cultural, intentar mantener el statu quo es desafiar la ley de gravedad; es una batalla sin sentido. Nuestro país comienza a desplegar una nueva lógica macroeconómica, y como consecuencia, varias Argentinas se entremezclan.
Ya hemos hablado de las dos Argentinas contrapuestas que conviven desde hace varios años: una está en la frontera tecnológica y competitiva, en ecosistemas dinámicos; la otra subsiste artificialmente, sin reconvertirse, y condiciona las posibilidades de un desarrollo sustentable.
El momento bisagra que atravesamos suma una tercera Argentina, todavía aspiracional, pero que convoca un respaldo mayoritario diferente a otros momentos históricos. Pese a los interrogantes sobre si esta vez podremos lograrlo, el escenario más probable indica que vamos hacia un nuevo modelo de mayor apertura y desregulación, con más competencia, lo que exigirá una transición hacia una mejor productividad y un nuevo mercado laboral.
Las implicancias para las empresas son dobles: por un lado, gestionar la ‘normalización' macro; por otro, subirse a la agenda del futuro en la que el mundo y la región ya están inmersos.
Es cierto que en la agenda diaria repasamos los temas que aún nos generan incertidumbre, como la convergencia de la inflación, el crawling peg, los precios en dólares, el nivel del tipo de cambio, las reservas y la presión tributaria.
Pero también hay señales que nos obligan a mirar con otros ojos: la inflación está cediendo. El 3,5% de septiembre y las proyecciones de octubre muestran que este proceso continúa de manera positiva. Las cuentas fiscales se ordenan, y ese es el ancla fundamental, con resultados inéditos e impensados en solo 11 meses. Este es, sin duda, un factor clave para entender el optimismo del mercado y del mundo de los negocios. La brecha cede, el riesgo país desciende. Ya no importa tanto el cuándo, sino cómo saldremos del cepo, lo que reafirma que las condiciones están por llegar. La desregulación, como prioridad, es el puente que mejora la competitividad de las compañías. Nuestra historia no nos permite creer en esto porque el corto plazo siempre nos ha arruinado la perspectiva, pero ahora estamos jugando el partido más importante.
Y a estas variables económicas se sumaron este fin de semana mensajes valiosos de respaldo al rumbo actual: el apoyo político a los objetivos fiscales, el nuevo financiamiento del BID y la reforma del FMI sobre sobrecargos a países deudores. ¿Qué más podríamos decir sobre este nuevo horizonte si además se logra en los próximos días la firma del acuerdo Unión Europea-Mercosur?
Hay que prepararse para competir. Lo excepcional del momento exige al máximo nuestra capacidad de prospección, lo que dificulta y complejiza aún más esta tarea. En el ciclo de planificación de las empresas, el último trimestre es fundamental para la planificación y el diseño de la estrategia del próximo año.
Recientemente, pudimos presenciar cómo empresas similares enfrentaron la coyuntura con estrategias muy distintas. Algunas optaron por un pricing excesivamente preventivo, perdiendo cantidad, conservando márgenes, pero perdiendo market share, y en algún punto comprometiendo las condiciones de sustentabilidad y competitividad del negocio. Mientras tanto, otras empresas revisaron rápidamente su política de precios, resignaron margen, rotaron stock, ganaron market share en un contexto recesivo, y quedaron mejor preparadas para lo que viene.
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