El ancla de todo es la ilusión del cambio
En su obra "El Provenir de la Ilusión", Sigmund Freud argumenta que la religión cumple una función importante en la vida psíquica de las personas al proporcionar consuelo, seguridad y respuestas a preguntas fundamentales sobre el origen y el propósito de la vida.
Para Freud, la religión surge de los deseos infantiles de protección y cuidado por parte de figuras parentales, necesidades que son proyectadas en figuras sobrenaturales como un Dios o deidades. Esa ilusión que es la religión para Freud, implica la aceptación de ideas que no se basan en la realidad empírica o verificable, pero que puede tener un valor psicológico y social relevante para las personas.
En ese sentido freudiano, pareciera haber hoy en la sociedad argentina un rol muy especial de la ilusión que la gente tiene en el inicio del ciclo de Javier Milei. Una sociedad que ha padecido un deterioro persistente de sus condiciones económicas y de su situación económica personal durante años, pareciera estar mirando la escena con ilusión. Un sentimiento que está ayudando a sostener el esfuerzo y a estirar la paciencia frente a nuevos padecimientos, que en este caso son provocados por el proceso de corrección de los desequilibrios económicos que encaró el nuevo gobierno.
Lo cierto es que la coyuntura económica al inicio del mandato de Milei no invita a sonreír: inflación, pérdida del poder adquisitivo, caída del consumo, destrucción de empleo, caída de la actividad, aumento de la pobreza, etc. Pero los especialistas en consumo siempre nos recuerdan que la satisfacción o insatisfacción de un consumidor está sujeta a la expectativa, y esta es una sociedad a la que se le construyó la expectativa de que la iba a pasar mal al comienzo de este ciclo. Si la gente esperaba pasarla mal, que la esté pasando efectivamente mal no genera insatisfacción.
Esa ausencia de insatisfacción es lo que estamos registrando en los indicadores de opinión pública. ¿Eso significa que no hay gente enojada? O, efectivamente la hay. Pero los enojados son los que no apoyaron a Milei y menos que menos lo apoyarían con este comienzo de ciclo. Lo curioso es observar cómo se han sostenido los niveles de apoyo de los que sí apoyaron al oficialismo desde el inicio, a pesar de estos 100 días de padecimientos económicos.
La explicación de este fenómeno nos lleva irremediablemente a la ilusión como protagonista central del proceso político. Esa parte de la sociedad que apoyó y sigue apoyando está alimentada de una ilusión. Se trata de una porción de la sociedad que ha acumulado un deseo enorme de salir de esta situación, y que por ello pareciera estar dispuesta a hacer un esfuerzo y esperar con más paciencia, que el programa económico produzca los resultados deseados.
Milei alimenta esa ilusión, no habría que quitarle mérito al protagonista. Su perfil de outsider invita a pensar en la ocurrencia efectiva de un cambio, su contraste con el estereotipo de político tradicional ayuda a pensar que quizá esta vez es distinto, y su forma enfática de transmitir su convicción de cambio invita a pensar que efectivamente tenemos en la escena algo nuevo, y ello facilita la construcción de la ilusión de que hay un cambio en proceso.
Pero también ayuda a aferrarse a la ilusión de que un cambio está ocurriendo, la ausencia de alternativa. Si uno mira la escena completa, poniendo foco en el resto de los actores, uno debería reconocerle a Milei como un gran logro político, el hecho de haber favorecido una interpretación de que ‘es esto o es lo que está enfrente'. Y lo que está enfrente es ese peronismo/kirchnerismo que produjo lo que produjo hasta el 10 de diciembre pasado: alta inflación, estancamiento económico, una economía hiperregulada, y una infraestructura económica en decadencia.
Y para coronar ese logro, Milei logró imponer el prisma del clivaje casta-anticasta. Algo así como transmitir que lo que está enfrente como alternativa es una casta de dirigentes rodeados de privilegios frente a una sociedad padeciente. En un contexto de enojo de la opinión pública con la dirigencia política, la narrativa anti establishment ha sido un pilar del oficialismo para sostener los niveles de apoyo, y para mantener viva la ilusión de que algo está cambiando. Ilusión que es mantenida viva alimentada de pequeños gestos de descastasización, si se permite el término.
Pero si bien la ilusión por definición no necesita una realidad empírica o verificable que la alimente, tampoco todo esto se trata 100% de una experiencia religiosa. La ilusión también se alimenta de efectividades conducentes. Y aquí el oficialismo también ha estado alimentando esa ilusión ofreciendo -por ahora-, un sufrimiento marginal sostenidamente decreciente. La preocupación casi obsesiva que el Gobierno ha mostrado por lograr un sendero de desaceleración de la inflación persistente y perceptible, y que efectivamente se ha logrado, posiblemente esté ayudando a esa porción de la sociedad que sigue apoyando, a creer que cada día que pasa se está menos peor.
Mientras Luis Caputo le habla a los mercados mostrándole el superávit financiero, el mismo Caputo le habla a la opinión pública mostrándole el sendero de desaceleración de la inflación. Algo que está ayudando a mejorar las expectativas sobre el futuro. Si en enero el 50,1% de los consultados en nuestro estudio nacional creía que el país iba a estar peor en un año, en marzo ese porcentaje cayó a 41,6%, mientras que los optimistas pasaron del 39,5%, al 48,7%.
En definitiva, la coyuntura invita a pensar que la gente no la está pasando bien, pero aun así los niveles de apoyo al gobierno y al programa económico se sostienen en niveles considerables a la espera de los resultados favorables. Y no hay mucho más argumento para explicar este fenómeno, que sostener que el ancla que sostiene todo este proceso pareciera ser la ilusión, la ilusión de que esta vez sí va a funcionar y que el cambio puede ser posible. Lo que necesita Milei, es que esa ilusión no se apague.
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Gustavo Ferrero
La ilusión a la que hacen referencia es una soga gruesa a la que el 60% de los argentinos nos aferramos cuando el titanic se quebro, pero no aguanta tanto carga y comienza a deshilacharse en forma progresiva , si a fines de año no se enciende el faro en el 2025 se la va a ver fea