De la improvisación a la etapa de la inversión
Hace unos años, cuando me dispuse a mejorar algunos aspectos de la oratoria, descubrí que gran parte de ese desafío involucraba trabajar mi capacidad de improvisación. En el arte en general, y la música en particular, improvisar es el máximo estadio. Ya no se trata de seguir una partitura, sino de encontrar en vivo y en directo lo que el contexto requiere. Improvisar no es escribir lo primero que se nos viene a la mente sobre la hoja en blanco, por el contrario, es responder con eficacia lo que la realidad nos presenta. El dogmatismo da lugar al pragmatismo.
Aquellos que esperan fórmulas conocidas, no están entendiendo la lógica en la que se inscribe la impronta del gobierno. Dante Sica, quien conoce el desafío de gestionar, sostiene que la Argentina recibida por las autoridades mostró un inventario mucho peor de lo previsto, y restricciones pocas veces vistas, de modo que la improvisación fue la manera de ordenar un gran caos, y es sin ninguna duda, la táctica elegida por el gobierno para meter los pies en semejante emergencia económica.
Esto desafía las teorías, no permite comparar el presente con la historia, no presenta una hoja de ruta, pero los hechos invitan a creer. Basta escuchar al propio Ian Bremmer, quien reconoce públicamente que sus previsiones para los primeros meses del gobierno de Javier Milei fueron desacertadas y pone en valor los resultados alcanzados hasta el momento. La baja de la inflación (8,8% en abril, el primer índice mensual de un dígito desde octubre pasado), un dólar que ya no trepa a la tapa de los diarios, contar con reservas, caída del riesgo país, reducción de la brecha cambiaria, mejora en la estructura del balance del banco central, son algunos de estos logros ‘improvisados' que se valoran, pero la vuelta de página es inmediata.
En las últimas semanas venimos observando cómo la agenda y la conversación pública va girando hacia la segunda etapa en la era Milei. Los primeros meses dejan varias correcciones como plataforma para continuar, sabemos que ya no debemos esperar un plan de estabilización tradicional, pero estamos en una nueva construcción de expectativas: ¿Cuándo dejamos de caer? ¿Cuál será el régimen cambiario? ¿Cómo lograremos traccionar consumo y salarios sin caer en el populismo?
En este sentido, hay varias cosas que sabemos y sobre las cuales hay un consenso respecto a lo que nos espera. En primer lugar, la tensión creciente entre definir una trayectoria cambiaria que permita romper la inercia inflacionaria y los riesgos de una apreciación que nos reste competitividad justo cuando más la precisamos. Lo que está en juego es salir de la recesión virtuosamente, y no reiterar el facilismo de la expansión artificial del consumo.
Vinculado a lo anterior, el desafío es desarmar el cepo. Las expectativas del mercado son crecientes con relación a cuál será el esquema cambiario y los tiempos hacia la unificación. Es un tema sensible, muchas frazadas cortas en un momento donde pequeños errores se pagan caro. En definitiva, es de esperar que la autoridad económica asuma menos riesgos, mientras las reservas no sean suficientes, no esperemos medidas que habiliten saltos cambiarios indeseados y sus impactos inflacionarios.
Por último, los drivers de crecimiento con los que podemos contar de manera relativamente rápida se asocian a sectores que difícilmente aporten lo necesario en términos de empleo, recuperación del salario y, por lo tanto, mejoría en el bienestar de la población. Es decir, la sostenibilidad de las correcciones logradas depende, en parte, de poder oxigenar la situación social que provoca la recesión.
Estas restricciones dejan en el centro de la escena a la inversión, pieza fundamental para el crecimiento económico, y sin dudas protagonista de la agenda política y económica de los próximos meses.
EN BUSCA DE LA INVERSIÓN
Si hay algo que parece confirmarse es que la historia reciente de los últimos años en nuestro país se incorpora como aprendizaje. Es ahí donde el modo de negociación política, la calibración entre shock y gradualismo, y la definición de una secuencia temporal de las batallas parece destacarse.
Hemos aprendido que la llegada de inversiones en cantidad y variedad no se dará de manera automática. De ahí la importancia de poner en agenda la visión de país, una economía con menos trabas, más abierta, menos distorsionada.
¿Qué necesitamos para que la inversión vuelva a ser protagonista? El primer motor vendrá de las oportunidades que presenta la crisis y el contexto. Por el momento, la inflación en dólares en bienes y servicios finales no tiene el mismo correlato en activos productivos. Como consultores palpamos de cerca las estrategias de compañías ya instaladas, con liquidez, que rápidamente buscan oportunidades de inversión.
Esto no es suficiente y el gobierno lo sabe. La nueva versión de la Ley Bases da sobradas muestras de esto, en especial el Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones (RIGI). Más allá de arbitrajes en precios de activos y oportunidades puntuales, es necesario dar señales de un marco regulatorio consensuado y duradero, que facilite nuevas decisiones.
El foco reciente de la agenda del presidente en el exterior buscando nuevas inversiones está en esta línea. Y no es sólo el impacto Musk. A otra escala podemos ver el interés de empresarios españoles de agendar audiencia con Milei. Sin dudas esta sensación térmica expresa un momentum que debemos aprovechar.
Nada será sencillo ni automático. La diferencia entre una V y una L sin dudas puede estar en qué tipo de política económica se diseñe. Basta con observar el sector de la construcción residencial para tomar dimensión de esto.
Actualmente, según datos del EPH, el déficit habitacional es de 4.000.000 de viviendas, donde las políticas públicas solo aportaron el 7% de las viviendas (censos 2010 y 2022). Este déficit se traduce en una oportunidad para dinamizar un sector que hoy atraviesa una fuerte retracción dada la caída de la obra pública. Sin embargo, esto sucederá sólo si el crédito se recupera rápidamente y ya hay bancos ofreciendo sus líneas hipotecarias, algo que en Argentina hasta hace pocos meses ni siquiera imaginábamos.
En definitiva, es la hora de la micro, de los incentivos correctos, de reglas de juego claras, de canchas parejas para todos y de generar confianza para la inversión.
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