Argentina: lejos de ser un país normal
El año pasado los extranjeros hacían colas para cruzar la frontera y comprar productos en Argentina. Cargaban los autos con mercadería (comida, ropa, textiles, productos de higiene y limpieza, remedios y otros bienes durables) y hasta cargaban el tanque de nafta. Algo no estaba bien.
Cinco meses después el panorama se torna diametralmente contrario: colas de argentinos cruzando a Uruguay, Paraguay y Chile para comprar esos mismos bienes porque Argentina -ahora- está muy cara en dólares. Esto tampoco está bien.
Es el manejo de las variables macroeconómicas el que imprimió estas características, compatibles con un modelo de atraso cambiario. Con un tipo de cambio que aumenta un 2% mensual y una inflación promedio mensual varias veces superior a esa cifra en los primeros cinco meses del año es lógico que seamos cada día más caros en dólares. Desde la devaluación de diciembre a mediados de mayo, el peso se apreció 43%, situándonos en valores similares a junio 2023.
Y así lo señalan los economistas con distintas miradas ideológicas que no sólo están cuestionando esta coyuntura macroeconómica, sino que la diagnostican como insostenible y advierten acerca de sus consecuencias para la actividad económica y la competitividad argentina.
Marina dal Poggeto, Directora ejecutiva de la consultora EcoGo, sostuvo -hace unos días en el programa radial de María O'Donnell- que Argentina dejó de estar barata en dólares, reconociendo los efectos negativos de la apreciación cambiaria sobre la competitividad y posible salida exportadora de empresas con costos en alza y caída de consumo.
Carlos Melconian, economista que acompañó a Patricia Bullrich en su candidatura presidencial, declaró que "el precio del dólar actual no es genuino, es trabado" y que hay "falta de heterodoxia" en el plan económico del Gobierno. En esta línea, sostiene que falta un programa de estabilización, crecimiento y desarrollo y que entre los aspectos más cuestionados se observan una jubilación mínima derrumbada, una educación derrumbada, la falta de seguro médico y de política de ingresos.
Miguel Ángel Broda, Director ejecutivo de Broda y Asociados, manifestó en Canal 26 que el ajuste fiscal y monetario no es sustentable en el tiempo, que estamos lejos del crecimiento económico y "que no podemos seguir en recesión y decadencia". En ese sentido, sostiene que un tipo de cambio más alto es un aspecto necesario para la recuperación rápida del PBI.
Roberto Cachanosky, sostiene que al Gobierno le falta un plan económico y que el tipo de cambio se está utilizando como un "ancla contra la inflación, aunque según el Gobierno, el ancla es del déficit fiscal cero". Afirma que "retrasar la cotización del dólar y la salida del cepo implica acumular tensiones cambiarias hacia adelante y postergar la salida de la recesión".
Hernán Lacunza, ministro de Economía del gobierno de Mauricio Macri, dijo para El Cronista que "hay que escuchar las alertas tempranas" y que uno de los indicadores de que el dólar empieza a estar desfasado se da cuando, medidos en dólares, la comida o los productos de limpieza empiezan a ser más caros en la Argentina que en España o en Estados Unidos.
Carlos Rodríguez, viceministro de Economía del gobierno de Carlos Menem, también señaló -en la nota elaborada por Jairo Straccia para El Cronista- que "en tres meses el país ya es uno de los más caros del mundo en dólares, sin que entren dólares. Una botella de agua mineral en Carrefour Argentina cuesta lo que seis botellas similares en Carrefour Francia. Sobran ejemplos. Algo no está funcionando y va más allá del tipo de cambio".
Y hasta el mismo Domingo Cavallo, padre de la convertibilidad y que conoce bien el problema de una Argentina cara en dólares, consideró insostenible el crawling peg del 2% mensual con estos niveles de inflación y alertó "si el ritmo del crawling peg activo no se ajustara a un ritmo más cercano a la tasa de inflación, los costos de producción en dólares tenderían a aumentar hacia niveles que desalentarían las actividades de exportación y a las sustitutivas de importaciones, poniendo en peligro el superávit comercial luego que se agoten las divisas generadas por la cosecha gruesa y los stocks de insumos importados".
Claramente hay un consenso acerca del diagnóstico.
El atraso cambiario es un viejo conocido problema que lesiona fuertemente la competitividad local y las exportaciones, aspectos relevantes para traccionar una economía en recesión como la actual. Si, en paralelo, se afecta al poder adquisitivo dañando el consumo y se lleva adelante una apertura y desregulación comercial -como fue anunciada en el último tiempo por el Gobierno-, sin antes haber resuelto los problemas estructurales que afectan a nuestra competitividad sistémica (presión tributaria, costos logísticos, infraestructura), los resultados se agravan: posible inundación de productos importados y el mayor peso importado en un consumo reducido.
Esto ya ocurrió en la década del '90 y el resultado fue cierre masivo de empresas industriales, la destrucción de capacidades productivas y el incremento de la informalidad como única alternativa para subsistir.
En el caso de la cadena de valor textil e indumentaria, este modelo implicó un proceso de escisión de las marcas de la actividad manufacturera de la confección, la proliferación de establecimientos informales dedicados a esta actividad y una caída del empleo registrado en el sector. Este fenómeno no sólo no logró revertirse en los años posconvertibilidad de crecimiento productivo, sino que se consolidó como uno de los principales cuellos de botella para el desarrollo de la cadena de valor.
Estabilizar la macroeconomía es una condición necesaria para lograr retomar el sendero de crecimiento. No obstante, si en búsqueda de esa estabilización generamos un reacomodamiento de precios relativos que vaya en detrimento de los ingresos y un atraso cambiario que, recesión mediante, modere la inflación y la demanda de dólares, resulta evidente que el aparato productivo sufrirá las consecuencias.
Concretamente, perderemos mercado interno por la baja del consumo, pero también, con altos costos en dólares, dejaremos de ser competitivos a nivel internacional perdiendo también exportaciones y poniendo en jaque la acumulación de reservas. Sin demanda, la industria reducirá la producción -muchas empresas incluso quebrarán- afectando entonces el empleo y las inversiones. También se verá afectada la recaudación que, en el marco del objetivo del gobierno de déficit cero, generará más déficit y más necesidad de ajuste fiscal.
Es importante mencionar que, a diferencia de otros períodos de atraso cambiario, este se da en un contexto en el cual los salarios y jubilaciones se encuentran con un poder de compra muy deteriorado dadas las medidas que el Gobierno tomó vinculadas al reacomodamiento de precios de servicios regulados (energía eléctrica, gas, transporte) y de no transables (prepagas, etc.). En ese marco, las posibles soluciones se complejizan ya que corregir el tipo de cambio para mejorar la competitividad productiva generaría una presión adicional sobre el nivel salarial.
En este escenario, es fundamental replantear una estrategia que alivie la tensión entre ingresos y producción, es decir, que resuelva los problemas de competitividad fuera de la fábrica y que, a la vez, no genere más perjuicios sobre el consumo interno y la sociedad.
Debemos evitar caer en las consecuencias de una profundización y persistencia del atraso cambiario, así como llevar adelante reformas estructurales que configuren un escenario propicio para que el sector productivo sea el protagonista del crecimiento económico cuidando los ingresos de la población en paralelo.
Sólo para mencionar algunos ejes destacamos: una macroeconomía compatible con el desarrollo productivo, financiamiento al consumo a largo plazo y bajas tasas de interés para la producción, reforma impositiva de carácter estructural para reducir presión tributaria sobre la producción y lograr una mayor progresividad y bajar el costos laborales no-salariales, medidas que favorezcan la generación de empleo de calidad en todo el país y la formalización en segmentos débiles, obras de infraestructura que mejoren el acceso a la energía eléctrica y el gas en todo el país y mejoren los costos logísticos fortaleciendo la red ferroviaria y las vías fluviales.
Compartí tus comentarios