La Argentina, Borgen y el equilibrio socioeconómico

Días atrás pudieron verse imágenes del actual ministro de Economía “recibiendo clases de economía normativa (el “deber ser ) del gasto público. No fue un hecho aislado. Semanas antes, hubo otro intento, pero, esa vez, la instrucción se focalizó en el tema candente del momento: el mercado de cambios. En ambos casos, esos evaluadores (los comunicadores) recibieron sendos bochazos porque, en esencia, no pudieron explicar lo que aseguraban conocer.

Hoy por hoy, estas coreografías lucen vistosas, dinámicas, trabajan en un terreno social fértil en recursos, incitan a la desobediencia fiscal, la corrida cambiaria y a marchar “en rebaño para enfrentar al virus y exaltan el incólume bienestar de otros países (y lo mal que se vive en la Argentina). Antes de diciembre, no circulaban tanto, pero, cuando lo hacían, tenían poco rating.

Con “bombos y platillos , todos los años se difunden en la Argentina los resultados de un ranking de corrupción global. Se publican como corrupción “a secas , pero, curiosamente, la definición exacta es índice de “percepción de la corrupción (IPC). El último IPC ubica a Dinamarca en los puestos de vanguardia en transparencia a nivel global, en gran medida, gracias a la madurez de su democracia y la actividad política desarrollada en Borgen.

¿Qué es Borgen? Es el nombre con el que se conoce en Copenhague al Palacio de Christiansborg, la sede de los tres poderes del Estado Danés y del Primer Ministro. En el mundo del streaming televisivo, Borgen es una serie danesa de tres temporadas, grabadas entre 2010 y 2013.

En esta ficción política (con escenas domésticas “tiradas de los pelos ), la Primera Ministra, Birgitte Nyborg (personaje ficticio, pero no tanto), idealista, pragmática y defensora del Estado de bienestar, enfrenta, en general, deslealtades e intrigas, filtraciones de la información, oscuros protagonistas de la escena internacional y la discriminación al inmigrante.

En lo más personal, Nyborg convive con el machismo, las agresiones, las invasiones a la privacidad familiar (las fotos de sus hijos en la primera plana de los diarios, por ejemplo), las falsedades de la comunicación, el engaño y las investigaciones infundadas (especulación). Diariamente, sus políticas, sus palabras e, incluso, sus gestos son evaluados en el plató televisivo.

Cuando se habla en la Argentina del lugar privilegiado que ocupa Dinamarca en el ranking de “percepción de la corrupción, no parece haber intenciones de resaltar las virtudes danesas sino de castigar ciertas prácticas políticas de la Argentina. Impulsados por la “percepción de la corrupción, estas manifestaciones (descriptas hace 65 años por Délfor Amaranto en su programa de radio) buscan derribar las políticas que cuestionan al mercado como el único y exclusivo mecanismo de distribución del ingreso.

A diferencia de Dinamarca, todo aparece con una virulencia que rápidamente se instala en el sistema económico. El primer síntoma es la inestabilidad financiera y cambiaria que, desde lo superficial, se asume sólo como pérdida de confianza. Luego surgen los paliativos imperfectos e indeseados (las regulaciones), los mercados paralelos y las brechas cambiarias y se agudizan la inflación, la recesión y el desempleo.

En el transcurso de ese proceso, en un llamativo marco de desinterés social, una interacción entre lenguaje, comunicación y comprensión (la tríada, en adelante) se apodera de la escena. Sobre ese tema, el lingüista, filósofo y profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Noam Chomsky ha sido extraordinariamente lapidario cuando, por ejemplo, sostuvo que “el lenguaje no tiene mucho que ver con la comunicación en sentido estricto, no implica necesariamente una transmisión de información, ni de contenidos //…// queda mucho por aprender acerca del uso social del lenguaje para la comunicación (Chomsky, 2003) .

¿Una interpretación de esta afirmación sería que las teorías económicas ajustadas a minutos televisivos carecerían de contenidos? Así parece. Esto se detectó hace unos días cuando, sin titubear, un comunicador señaló que si “esa persona" hubiera hecho terapia en su juventud, la Argentina no estaría sufriendo los actuales padecimientos económicos (no es literal). Al día siguiente, uno de sus colegas se animó a más al asegurar que el problema de la economía argentina era “esa persona .

¿Realidad o ficción? Chomsky, además, hace referencia al rating al sugerir la necesidad que “permanezcan todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en alguno que otro líder de entre los que tienen para elegir (Chomsky, 1992) .

Por su parte, el filósofo de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas incorpora más elementos al análisis cuando, en su teoría de la acción comunicativa, afirma que se requiere interpretación porque “la comprensión de una manifestación simbólica exige esencialmente la participación en un proceso de entendimiento (Habermas, 2010) . O sea, lo expuesto en esos minutos televisivos, además ¿requiere cierta comprensión del tema? Sí, esa sería la condición sine quanon.

Para Theodor Adorno (profesor de Habermas), la situación es dinámica porque “cuanto más se cosifican y endurecen los clichés en la actual organización de la industria cultural, tanto menos es probable que las personas cambien sus ideas preconcebidas con el progreso de su experiencia (Adorno, 1998) .

En este marco, la política económica argentina no tiene demasiadas oportunidades para reparar sus inconsistencias (ni siquiera con el argumento del efecto de la pandemia). Paradójicamente, en los tiempos que corren tendría más contención en Washington que en el terreno dominado por la tríada.

Lo cierto es que los días pasan y el mercado se vuelve más frágil y concentrado. Al ya histórico problema de la ausencia de dólares en esta estructura económica desequilibrada, el sarcasmo comunicativo erosiona los endebles cimientos de la confianza utilizando mensajes como el que hace alusión al “papel pintado , la devastadora hiperinflación y el ineludible corralito (y el miedo a la pérdida de los ahorros); un conjunto de clichés que estremece, incluso, a los que más conocen el tema.

Se puede ver a personalidades en los canales con más ratings, hablando de las maldades del cepo cambiario (y de las bondades de la competencia y la libertad), despotricando sobre la insoportable presencia del Estado, destacando el sublime estándar de vida de otros países y coordinando protestas direccionadas a vapulear “la inaceptable omnipresencia de las figuras políticas que desafían el orden conservador (el “deber ser histórico).

Pese a haber salido eyectados de la función pública, algunos, incluso, piden a gritos dolarizar la economía. “Su resurrección la posibilitó el flujo de información surgido de la tríada y la perpetuó el estado de la industria cultural señalado por Theodor Adorno. Esa banalización permite que quienes impusieron el actual cepo y el default hoy no los reconozcan como obras suyas y se desenvuelvan dictando clases magistrales en el horario central de la televisión.

La Argentina no es Dinamarca (ni lo será). Si se “sacude el avispero (como se dice en el campo), los efectos serán diferentes. La Argentina enfrentó numerosas crisis que nunca estarán en el radar de la economía danesa. Además, ingresó a la pandemia con cepo cambiario, default, endeudamiento, inflación, recesión e indicadores sociales devastados.

Sin embargo, la tríada muestra sólo la bitácora de 2020. Esa cultura hace que nada se debata en profundidad porque todo se estereotipa para defenestrar al Banco Central, a un tal Keynes, al Estado, al sindicalismo y a un movimiento político histórico surgido en respuesta a las eternas infamias históricas (no sólo la de la década infame). Incluso se llega a decir en ese plató que las desgracias empezaron por ese “peludo que accedió a la Presidencia de la Nación aquel 12 de octubre de 1916, un simbolismo (recordar a Habermas) imposible de deglutir sin conocer, pero negativo por definición.

Nada se explica acerca de la forma en que cambió el mundo financiero desde 1971, de los sucesos argentinos tales como el de junio de 1975, los de abril de 1976, 1982 y 1991 y diciembre de 1977 y 2001, entre muchos otros, ni de las razones y consecuencias de los cepos, el endeudamiento, la caja de conversión, las metas de inflación y las virtudes de mantener la economía abierta a los movimientos de capitales.

Sin lugar a dudas, el éxito mayúsculo de la tríada consistió en incrustar la idea de que todo se trató de la corrupción de quienes intentaron modificar la distribución del ingreso (e impulsar la movilidad social ascendente) y de ubicar en el lugar del saber a los que sutil y técnicamente siempre promocionaron la libertad de mercado.

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