Opinión

Gobernar es estabilizar: el principal desafío para la próxima gestión

"Fue el mejor economista de la historia argentina" dijo recientemente en la mesa de Mirtha Legrand, Javier Milei aludiendo a Domingo Cavallo. El exministro de Economía de Carlos Menem fue quien lideró el último plan de estabilización exitoso que se implementó en Argentina y se ha convertido en una figura celebrada por el núcleo duro de simpatizantes libertarios. Treinta y dos años después del inicio de la Convertibilidad, la dinámica económica local experimenta una acumulación de desequilibrios en el plano fiscal, monetario, cambiario y en su cuenta externa, además de fuertes distorsiones en sus precios relativos. En efecto, las correcciones se vuelven cada vez más urgentes y cada día que pasa contribuye únicamente a aumentar los costos de la normalización.

El deterioro económico estructural cruzado con la incertidumbre política de la campaña electoral han puesto de manifiesto los límites temporales del sostenimiento del statu quo. Si hemos llegado hasta este punto es porque ha primado una visión, en especial en esta última administración, tendiente a evaluar a los planes de estabilización como salidas indeseables por cargar con costos políticos elevados. El propio Sergio Massa, al asumir el ministerio de Economía, suscribió a esa lógica de aplazar grandes cambios en el tránsito decadente del funcionamiento económico. Sin embargo, los actuales niveles de inconsistencias alcanzados hacen que el próximo gobierno no tenga más opción que encaminarse hacia una fuerte corrección si pretende evitar seguir acercándose a un régimen hiperinflacionario.

La encrucijada radical: triunfos provinciales, desafíos nacionales

Efectivamente, encarar un plan de estabilización tiene costos políticos y sociales que deben ser tenidos en cuenta no en términos absolutos, sino en términos relativos, es decir, comparados con los costos de no hacerlo. Más aún, la experiencia regional de la década de los ‘90 (Perú, Brasil, Argentina) muestra que las estabilizaciones exitosas son expansivas y políticamente redituables en el mediano plazo. La implementación de soluciones frente a los desequilibrios macroeconómicos argentinos no está exenta de complejidades. Las medidas adoptadas importan, como así también su secuencia y el contexto político en el que pasan a operar. Este puede terminar apuntalándolas o contribuir a erosionarlas hasta hacerlas caer en saco roto. Con un balotaje por definirse en pocos días más, vale la pena preguntarse acerca de la disposición de los candidatos a avanzar en las correcciones necesarias, qué dosis de ajuste pretenden administrar y, fundamentalmente, qué respaldo político podrán otorgarle al camino elegido.

Subido a la idea de la "motosierra", Milei es quien mayor énfasis puso en una de las condiciones sine qua non para estabilizar la economía: la consolidación fiscal. Aunque inespecífico a lo largo de la campaña acerca de su magnitud y alcance, la baja drástica del gasto público aparece como uno de sus pilares retóricos. Por sus atributos y expresiones, uno no duda de que quiera recorrer un programa de correcciones pero las dudas aparecen en torno a la capacidad de llevarlas a cabo.

Si bien es posible que la escena política todavía tenga guardadas algunas reconfiguraciones, el acuerdo con los ‘halcones' del PRO engrosa los potenciales apoyos parlamentarios de Milei pero lo sigue dejando distante de mayorías en el Congreso. En ese mismo escenario, sería difícil imaginar al peronismo jugando alineado con un gobierno apadrinado y, eventualmente, intervenido por Mauricio Macri. Lo que persista de Juntos por el Cambio podría encontrar también sus reticencias. Más allá de eso, si algo semejante a acuerdos parlamentarios lograran prosperar, este tipo de negociaciones suelen estar alejadas de representar un cheque en blanco para el Ejecutivo y la debilidad estructural de un gobierno libertario buscará ser aprovechada por todo aquel que brinde su apoyo.

El caso de Massa es la otra cara de la moneda con características opuestas. Las definiciones claras sobre el rumbo económico de una presidencia suya han sido escasas. Recientemente, hemos conocido, en términos muy generales, que pretende un superávit fiscal del 1% del PBI para 2024. Con el peso que tiene entre los nueve gobernadores peronistas que quedarán en pie, los potenciales aliados del radicalismo y del PRO moderado, las dudas alrededor de Massa no surgen tanto de su capacidad de sostener políticamente un plan de estabilización sino de su voluntad y decisión para emprenderlo. Con la sombra de Roberto Lavagna siempre presente y contactos con destacados economistas del establishment local, el ministro-candidato tiene su oportunidad de implementar un programa consistente con un equipo técnicamente sólido. ¿Por qué podría desistir de hacerlo? Por esos mismos costos políticos que lo doblegaron en agosto de 2022.

La energía puesta en la grieta

En la medida en que Massa logre visualizar una diagonal que le permita conjugar una minimización de costos con una maximización de beneficios potenciales, la estabilización se le revelará como una alternativa deseable para el país y conveniente para él en términos personales. Así, si cree que hacer un ajuste relativamente profundo le permitirá alentar un ciclo de crecimiento que le habilite un buen desempeño electoral, es muy probable que decida concretarlo. Por el contrario, si el enfoque que se impone es el de la estabilización como un sacrificio riesgoso (en tanto es algo que puede fallar incluso antes de tener éxito) cuyos beneficios podrían ser aprovechados por otro de su propio partido o por alguien de la oposición, entonces el inmovilismo ganará la batalla. En esta última situación, podrá evitar los costos de hacer el ajuste pero no va evitar los costos de no hacerlo, arriesgándose a una dinámica inflacionaria con potencial destructivo.

Preferencias estables a pesar de las turbulencias políticas

Posiblemente detrás de su propuesta de conformación de un gobierno de unidad nacional se esconda la idea de socializar los costos. En ese caso, plantear las correcciones como una agenda de la política y no solo como un impulso de su gobierno podría representar un atajo para evitar concentrar todos los costos políticos del ajuste. Que se doble pero no se rompa: una unión que reparta los daños en pos de un beneficio común.

Nos enfrentamos a una elección que dejará consagrado a un nuevo gobierno con poco margen para evitar emprender un plan de estabilización que ataque de manera contundente la inflación. Quedará también bajo su designio la capacidad de formular un plan de desarrollo inclusivo y sustentable que logre sacarnos de los rebotes continuos que incuban dentro suyo las próximas recesiones.

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