Los personajes del planeta fútbol –jugadores, directores técnicos, representantes, dirigentes– suelen decorarse con trajes exóticos que los destaquen del común de los mortales y potencien su estatus de new rich. Para ellos, proclamar, desde la indumentaria, que les va (más que) bien en términos financieros es uno de los valores y anhelos más marcados. Allí se embandera Claudio Chiqui Tapia, el presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA).

Sin embargo, en el fondo de placard de Chiqui Tapia, quien le gambeteó la oficina principal de la entidad de la calle Viamonte al mismísimo Marcelo Tinelli –el todopoderoso de la televisión con aspiraciones políticas–, no hay más que aquellas prendas que se repiten, una y otra vez, con mínimas mutaciones, en el repertorio del argentino de a pie: camisas, blazers, chalecos, remeras deportivas y jeans. Un estilo que se traduce en looks uniformados que eliminan todo toque personal.

Esa falta de espíritu innovador se ve compensado por una decisión que, sin dudas, está inspirada en un gesto recurrente de los futbolistas: recurrir a un peluquero creativo. De allí que Tapia luzca una cuidada cresta gris que sí puede ser considerada su seña de identidad en términos de estilo.

Sea un ejemplo de superación personal porque se hizo desde abajo (comenzó su carrera como dirigente deportivo en el Atlético Barracas Central) o un estratega de bajo perfil que supo capitalizar las pequeñas ‘ayuditas’ de sus parientes (está casado con Paola Moyano, hija del jefazo camionero Hugo), lo cierto es que el sanjuanino puede darse el lujo de lucir previsible porque ya demostró que, para ocupar el sillón de la AFA, es tan importante ser como parecer(se).

La versión original de esta nota fue publicada en la edición 189 de Clase Ejecutiva, la revista lifestyle de El Cronista Comercial.