El pasado de Kamala Harris que podría definir el futuro de las elecciones presidenciales
La vicepresidenta Kamala Harris pronunció el martes su alegato final para las elecciones, a solo una semana de distancia. Su legado y posturas determinantes en temas como la seguridad y la tecnología colocan en el centro de la escena el impacto que podría tener su continuidad en la Casa Blanca.
Harris nació en Oakland en 1964 de padres inmigrantes, él de Jamaica y ella de la India. Los dos eran estudiantes de posgrado y activistas por los derechos humanos en la Universidad de California en Berkeley. El movimiento de protesta estuvo en la base de la crianza de Harris: su madre, Shyamala Gopalan Harris, investigadora del cáncer de mama, le contó a Breslau que llevaba a la joven Kamala a las marchas, y "cuando cantábamos ‘¿qué queremos?', ella respondía: ‘libeltá'".
Shyamala era cariñosa y exigente con Harris y su hija menor, Maya, nacida en 1967. Solía impartirles lecciones a las niñas. Nunca había que pedir dinero a nadie, aversión de la que Harris debió desprenderse al entrar en política. Otra fue aplaudida cuando Harris la recordó en la Convención Nacional Demócrata: "Nunca te quejes de la injusticia: haz algo al respecto. Haz algo al respecto".
Harris estudió en la Universidad Howard de Washington DC, una institución históricamente vinculada a los negros, y fue integrante de una hermandad negra, que en ambos casos han sido fuentes de poder político para ella hasta la fecha. Mientras estudiaba en la universidad trabajó en McDonald's -un punto de su curriculum que Trump falsamente tachó de mentira-, en la oficina de prensa de la Comisión Federal de Comercio y a la Oficina de Imprentas y Grabados.
Asistió a la Facultad de Derecho en San Francisco. Shyamala veía un hilo común entre la elección de su hija y su vocación científica: la lógica. "No puedes sacar las conclusiones correctas si no tienes lógica", dijo Shyamala en una entrevista de 2008. "El único problema en el Derecho al que no se enfrentan los científicos es el factor complicado de los seres humanos", ironizó.
Ese factor definió la carrera inicial de Harris. Se convirtió en procuradora y empezó en Oakland como vicefiscal de distrito en el condado de Alameda. A algunos la elección les parecía contradecir sus raíces en la justicia social. "Muchos pensaron que eso no cuajaba -le dijo Harris a Breslau en 2012-. Mi decisión fue no aceptar falsas opciones acerca de lo que implica ser la voz de los que no tienen voz". En el condado de Alameda se especializó en investigar casos de abuso sexual infantil.
El cambio avanzaba lentamente en Estados Unidos, y después se aceleró. A comienzos de los 2000, San Francisco nunca había tenido una fiscal de distrito mujer, mucho menos una mujer de color. De todos modos Harris se decidió a competir por el cargo. Su madre le recordaba que históricamente a los norteamericanos no les gustaba que las mujeres hicieran dos cosas: "proteger su seguridad y proteger su dinero", recordó Harris en una entrevista con Breslau para Newsweek de 2005.
La ruta hacia el poder político en California pasa por la elite demócrata de San Francisco. De allí salieron Nancy Pelosi, Dianne Feinstein, Gavin Newsom y Willie Brown, quien fue alcalde de la ciudad y, antes de eso, el autoproclamado "ayatola" de la legislatura estatal. Harris conocía ese mundo -fue a la facultad con una hija de Pelosi y salió brevemente con Brown a mediados de la década de 1990- pero no había surgido de allí. Aun así pudo derrotar al titular del cargo, Terence Hallinan, el vástago fumador de marihuana de otra antigua familia de San Francisco; Harris lo tachó de progresista blando con la delincuencia. A menudo los demócratas "damos la impresión de que queremos abrir la puerta de las cárceles y dejar que salgan todos", dijo Harris unos años más tarde. "Pero de ningún modo es así", aclaró.
Empezó como fiscal de distrito en enero de 2004, trabajando desde el Salón de la Justicia, una mole de cemento armado que los abogados allí empleados llamaban "Beirut Oeste". Entonces su oficina se hallaba en guerra con el Departamento de Policía de San Francisco debido al progresismo de su antecesor. A los pocos meses estalló una crisis: Isaac Espinoza, un agente policial encubierto, fue muerto a balazos por un pandillero armado con un AK-47. Antes del funeral de Espinoza, Harris anunció que, por objeciones filosóficas, no pediría la pena de muerte. (La última ejecución en California fue en 2006). La declaración resultó explosiva. Agentes y funcionarios le daban la espalda en el Salón de la Justicia, y Feinstein criticó la decisión de Harris en el funeral de Espinoza. Pero ella mantuvo la posición; en el San Francisco Chronicle escribió que "no puede haber excepciones ante un principio". Su oficina inculpó al asesino de Espinoza, quien en 2007 fue condenado a cadena perpetua sin libertad condicional. Ese año Harris obtuvo un segundo mandato en una elección sin rivales.
Su período como fiscal estuvo signado por los esfuerzos para reforzar los índices de condenas por delitos violentos y por trasladar a delincuentes debutantes y no violentos a un programa de rehabilitación que ella había cultivado. También se distinguió por su atención al bienestar infantil, con la creación de una sala de espera con sillitas, osos de peluche y libros para que los chicos leyeran mientras sus padres se ocupaban de sus trámites en el Salón. "Siempre tenemos que pensar en los niños porque la realidad es que no tienen voz en tantos sistemas", declaró a Breslau en 2012. "Y lo que sea que impacte a un niño tendrá consecuencias de por vida cuando sean adultos", agregó. En esta elección una de sus propuestas de cabecera apunta a los menores: un crédito impositivo de u$s 6.000 a las familias en el primer año de vida de los hijos.
Harris llegó a definirse como "inteligente frente al delito", que es el título del libro que escribió en colaboración y publicó en 2009. "Es parte de mi metodología -reflexionó un decenio más tarde-. Probemos e identifiquemos las falsas opciones y combatámoslas".
Incluso mientras fue fiscal, Harris prestaba atención a la política nacional: trabajó en la campaña de John Kerry y golpeó puertas para Barack Obama en Iowa. También arregló cuentas con las personas que podrían ayudarla a subir a ese escenario, especialmente con Feinstein. "Es un modelo a imitar", dijo en 2008, "cada vez que una mujer se enfrenta a la necesidad de que la tomen en serio y comprendan que es firme y recia, pero no quiere dar la imagen de ya saben qué".
Aunque la cultura tecnológica de California favorece a los jóvenes innovadores, la tradición política esclerótica del estado los deja en espera. Harris pasó sus 30 y 40 años enfrentándose a veteranos en el poder. Junto con ella estaba Newsom, una suerte de opuesto, el nativo frente a la intrusa, un californiano de quinta generación nacido en una familia prominente de San Francisco. Se convirtió en alcalde el mismo año en que ella fue elegida fiscal, de camino a ser elegido gobernador de California. "Eran como hermanos políticos enfrentados", opina Brian Brokaw, estratega demócrata que trabajó en las campañas de ambos. "Al final pudieron resolver las cosas".
En 2010, cuando todavía lloraba la muerte de su madre el año anterior, Harris se postuló como secretaria de Justicia estatal. Fue una carrera reñida, y venció a su oponente republicano, Steve Cooley, por un margen inferior al 1%. Cooney recuerda haber cosechado apoyo de las fuerzas de la ley y al día de hoy sigue considerando que Harris es hostil a la policía. "Ha tenido este ascenso fenomenal al cargo más importante del mundo -señala-. Creo que no fue por méritos. Fue por la astucia de sus cálculos. De ningún modo me parece preparada".
Como secretaria de Justicia, Harris mantuvo su interés por la infancia y las causas de raíz de la delincuencia; inculpó a los padres de estudiantes con ausentismo frecuente y en 2015 formó la Oficina de la Infancia. El objetivo era cortar la relación entre la escuela y las cárceles, e identificar problemas de base que originaban el fracaso de los menores. Jill Habig, su segunda en el Departamento de Justicia de California, recuerda que era común que Harris vinculara los temas con la infancia. Habig podría referirse a "los índices de juicios hipotecarios y desalojos y el dinero de que disponíamos para las familias", y Harris se interesaba por los niños de esas familias.
Habig recuerda que la vez que vio más enojada a Harris fue durante la demanda contra Corinthian Colleges, un sistema universitario con fines de lucro asentado en el sur de California que llenaba de deudas a estudiantes vulnerables. "Son personas que tratan de hacer lo correcto -decía Harris según el recuerdo de Habig-. Quieren invertir en su educación, en su bienestar financiero, salir adelante, vivir el sueño americano. Y terminan estafados a cada paso". Harris negoció un acuerdo judicial por u$s 1.000 millones en contra de Corinthian, una victoria que suele mencionar junto con la de la Universidad Trump, un emprendimiento fallido en el que Trump aceptó pagar u$s 25 millones a cambio de que se descartaran las demandas de estudiantes estafados.
Incluso más grande, al menos en términos financieros, fue su pelea contra ciertos importantes prestamistas familiares en torno a sus prácticas con juicios hipotecarios; en ese punto llegó a ganar un arreglo por u$s 18.000 millones, más otros u$s 2.000 millones como parte de una acción federal. La disputa fue librada junto con el secretario de Justicia de Delaware, Beau Biden, lo que ubicó a Harris en el radar de su padre, Joe Biden. Harris solicitó a la actual representante por California, Katie Porter, quien entonces era profesor en la UC de Irvine, que supervisara si los fondos de los acuerdos estaban llegando a las víctimas. Harris "vino hasta la UC Irvine y se sentó con la gente que había perdido sus hogares", relató Porter. "Se hizo tiempo para escuchar a las personas más afectadas".
En su libro de 2019, The Truths We Hold: An American Journey, Harris escribió que disfrutó de su tarea en defensa de los consumidores. "Me encantaba ser la voz y la defensora de personas maltratadas. Los abogados de mi equipo sabían de lo seria que era yo en cuanto a pedir cuentas a los depredadores empresarios. Bromeaban que ‘Kamala' quería decir ‘agreguen más ceros en el monto del acuerdo judicial'".
Harris hizo visitas tempranas a Airbnb, Dropbox, Netflix y Palantir, y llegó a ser vista como una vanguardista de la tecnología por su interés en el potencial de quiebre de esas compañías debutantes. Una reunión informativa con el director ejecutivo de Palantir, Alex Karp, debía durar 30 minutos pero se extendió por tres horas, comenta Travis LeBlanc, asesor de Harris cuando era secretaria de Justicia. Le Blanc dice que Harris comprendía "lo importante que era dejarles espacio libre a esos transformadores". Por otro lado, también sabía "que no debíamos volver al Lejano Oeste".
Según LeBlanc ese método se hizo evidente en un acuerdo que Harris firmó en 2012 con desarrolladores de aplicaciones telefónicas en el que exigía que se incluyeran informaciones claras sobre confidencialidad; lo mismo que en una reunión convocada por ella en Los Ángeles luego de que los estudios de Hollywood se quejaran de que Amazon Marketplace facilitaba la venta de DVD pirateados. Después de ese encuentro Amazon inició un proyecto piloto que habilitaba a los estudios a identificar a los vendedores autorizados de modo que fuera posible detectar a los que no lo eran. "Ella dispone de muchas herramientas y va a usar las que les parezcan más adecuadas", opinó LeBlanc.
Harris conoció a Doug Emhoff en una cita a ciegas y se casaron en 2014; es sabido que los dos hijos del primer matrimonio de él le decían "Momala". Una vez asentada su vida personal, Harris levantó la mira de su carrera. Se rumoreaba que la senadora Barbara Boxer no iba a buscar otro mandato en California y Cory Booker -amigo de Harris y entonces el único senador negro demócrata- resolvió proponerla para el cargo. "Me sorprendía la falta de diversidad que había entonces", comentó Booker.
Hubo una reunión en la que los dos se apresuraban por hablar. En el recuerdo de Booker, él habló primero para enunciar su argumento. "Le comuniqué todo lo que había aprendido -evoca-. Presentarse al Senado, empezar temprano y quedarse con el terreno".
Harris escuchó hasta que le tocó hablar. No quería discutir la banca de Boxer. "Me dijo que yo tenía que casarme -recuerda Booker riéndose-. Quería transmitirme que la vida pública y el servicio público eran importantes, pero que lo más importante en la vida era encontrar una buena persona y casarse...Ella se casó con el amor de su vida. De verdad estaba entusiasmada".
Boxer se retiró y Harris al final se presentó, y se quedó con el terreno como había previsto Booker gracias al apoyo de figuras como Obama y otros demócratas destacados. En enero de 2017 ingresó al Senado, una institución laboriosa en la que a veces se ha mostrado inquieta pero en la que ganó fama por sus interrogatorios en la Comisión de Justicia.
Sus antecedentes judiciales y progresistas relucen en la decena de proyectos de ley que presentó, a pesar de que la mayoría terminó estancada, lo cual es una experiencia habitual entre los senadores. (Uno de ellos, que aumentaba las penas por linchamiento, se convirtió en ley cuando ella era ya vicepresidente). Quiso consolidar el derecho de los inmigrantes a un abogado, elevar la utilización de cámaras personales por parte de los agentes de fronteras y prohibir que el Departamento de Seguridad Interior empleara fondos federales para ampliar los centros de detención de inmigrantes.
Presentó un proyecto que habría concedido facultades a los secretarios de Justicia de los estados para investigar a bancos nacionales, y otra iniciativa que exigía que los bancos de la Reserva Federal entrevistaran al menos a una mujer y a una persona de color cuando buscaban nuevo presidente. Propuso un crédito impositivo para la clase media y otro crédito impositivo generoso para los inquilinos. Muchos de sus proyectos pretendían ayudar a los niños, como el que sugería estudiar formas de aliviar la falta de cuidado alineando mejor la jornada escolar con la laboral. Trató de codificar las penas para los que compartan imágenes íntimas sin consentimiento y obligar a la colocación de etiquetas en español en los pesticidas.
Esas gestiones anticipaban su intento de cortejar al ala izquierda de los demócratas durante su candidatura presidencial de 2019. Decía respaldar el Nuevo Trato Verde, una versión extendida del Medicare y cierta recompra compulsiva de armas, además de la prohibición del fracking y de la venta de autos a nafta hacia el año 2040. Se pronunció a favor de los que cruzaban la frontera ilegalmente. Y rara vez hablaba de su etapa como fiscal, a tono con un momento en el que el partido Demócrata había sido tomado por las cuestiones judiciales y afrontaba exhortaciones a desfinanciar a la policía.
Su postulación presidencial se desinfló antes de la primera votación primaria: Harris se vio privada de dinero y atrapada entre los sectores progresistas y moderados incluso dentro de su propio equipo. Pero Biden, que buscaba aprovechar sus antecedentes como fiscal y su atractivo entre mujeres y gente de color, la selecciono como compañera de fórmula.
Harris se felicita por su tránsito de las posiciones que sostenía en 2019 a la formación del consenso que promovía su jefe, el centrista por excelencia de los demócratas. Una ex colaboradora y aliada veterana, la senadora californiana Laphonza Butler, dice que "lo que la prensa juzga un cambio de posición es el hecho de que pudo conocer a más personas en este país". Dice que Harris está "más templada" y que "cuando puedes encontrar terreno común entre los agricultores que te esforzabas por defender y proteger como secretaria de Justicia (y) los agricultores que ni siquiera conocías de Iowa...eso sin duda amplía tu experiencia y perspectiva".
En vez de Medicare para Todos, Harris ha llegado a recalcar la defensa de la reforma sanitaria de Obama y a promover medidas como la ampliación de los límites para los gastos reembolsables. Afirma que buscará prohibir las armas de asalto y vigilar más los antecedentes de los portadores pero no las recompras obligatorias. Ya no quiere prohibir el fracking y ha guardado silencio acerca del abandono gradual de los motores de combustión. En materia inmigratoria apoya un proyecto de ambos partidos, hundido por presión de Trump, que habría incorporado miles de empleados de seguridad, acelerado los pedidos de asilo y financiado la construcción del muro fronterizo.
Sus consejeros dicen que a Harris no le interesa discutir por detalles de ciertos programas sino considerar sus efectos. "Ella piensa en las personas que están en el centro de políticas que a menudo son solo palabras en un papel", comento Butler.
Como vicepresidenta, Harris debió esforzarse a veces por hacer pie. Asumió la función de contener la inmigración llegada de Guatemala, Honduras y El Salvador al tiempo que se disparaban los cruces por la frontera. Defendió iniciativas económicas como la cancelación de deudas estudiantiles y el sostenimiento del capital de prestamistas comunitarios, en los que ve un vehículo para fomentar el crecimiento de pequeños emprendedores que podrían ser descartados por los bancos grandes. La decisión de la Corte Suprema en el fallo Dobbs la empujó al primer plano en materia de aborto, que desde entonces ha sido un tema clave para los demócratas.
Ha entablado lazos con otros prominentes legisladores negros y participó de momentos históricos como la confirmación en 2022 de Ketanji Brown Jackson, la primera mujer negra que ingresa en la Corte Suprema del país. Cuando presidió la votación en el Senado unió fuerzas con otros dos legisladores negros, Booker y Raphael Warnock, el pastor de Georgia cuyo triunfo en una elección de desempate les dio la mayoría a los demócratas en esa cámara.
Es una historia que Booker y Warnock han contado varias veces desde entonces: Harris los instó a escribir una carta a la generación siguiente. "Nos hizo la propuesta de la manera en que las mujeres negras proponen las cosas", bromeó luego Warnock durante un acto de campaña de Harris. Sacó papeles con membrete de la vicepresidencia y se los repartió. Warnock escribió de inmediato a su hija, pero Booker tardó semanas en redactar su texto. Cuando habló ante una delegación en el Comité Nacional Demócrata, Booker opinó que el pedido de Harris era una metáfora sobre los sacrificios de las generaciones anteriores. "Ellos escribieron sus cartas de amor para nosotros, y las escribieron con lágrimas, con sudor y a veces con sangre -manifestó-. Ahora Kamala quiere que nosotros escribamos nuestras cartas".
Harris se ha referido al modo en que la diversidad, presente también en su personal, la ayuda a tomar mejores decisiones, incluso si hace a un lado las preguntas sobre sus orígenes multifacéticos, que para ella no son llamativos. "Eso es lo que soy -dijo en 2008-. A los demás les cuesta más entenderlo que a mí. Es mi vida". Pero también ve la necesidad de voltear barreras. Al golpearlas tienen que "romper a patadas las puertas de m...", expresó a comienzos de este año ante un auditorio de una organización de estadounidenses de origen asiático, hawaianos y de las islas del Pacífico.
El ascenso de Harris estuvo acompañado de rivalidades pertinaces y relaciones frías dentro del partido, como la que sostuvo con Pelosi. "Nunca habrás visto a Kamala en una acto de Nancy", indicó un partidario de ambas mujeres que pidió no ser mencionado. Cuando en septiembre de 2023, con la campaña por la reelección de Biden ya en marcha, la CNN le preguntó a Pelosi si Harris era "la mejor mujer para el cargo", su respuesta fue que en tanto lo pensara así Biden, "eso es lo que importa".
A medida que la edad de Biden acaparó la campaña, Harris no siempre fue la indiscutida heredera designada. Demócratas destacados como Newsom, su antiguo rival amistoso, dieron el salto a la escena nacional y se ubicaron en la carrera para reemplazar a Biden. Cuando en junio el desastroso debate del presidente con Trump desató un festival de recriminaciones, los demócratas empezaron a declarar abiertamente que Biden debía dar un paso al costado. Y Pelosi formuló una exhortación singularmente devastadora para que reconsiderara si seguiría en la competencia.
¿Y Harris? "No le habrán escuchado ni un rastro de deslealtad", asegura Booker. Cuando el domingo 21 de julio Biden por fin publicó en X que se retiraba de la carrera, tardó apenas 27 minutos en dar su apoyo a Harris. Ella no tuvo que voltear la puerta a patadas. Habían hablado esa mañana, mientras Harris estaba en casa disponiéndose a armar un rompecabezas con sus sobrinas nietas. De inmediato se abocó a cosechar respaldos y una vez más se adueñó del terreno.
Ese día sus llamados incluyeron a la representante novata por Texas Jasmine Crockett, quien había captado la atención, un poco como Harris, por haberse enfrentado con los republicanos durante las audiencias legislativas. Crocket recuerda que Harris podría haber dedicado ese tiempo a llamar a un donante o a un líder del Congreso, "y yo no entro en ninguna de esas categorías, pero de algún modo encontró el momento para llamarme".
Harris se enfrentaba a la perspectiva de una disputada pelea interna que podría haber desplazado a la primera mujer de color en aproximarse a la cima de una fórmula presidencial, pero nadie se animó a desafiarla. El lunes se hizo cargo de la campaña Biden-Harris; entró en el cuartel general de Wilmington, Delaware, mientras de fondo sonaba Freedom, de Béyonce, un eco de sus llantos infantiles en California. Hubo un repunte en la recaudación de fondos y en la incorporación de voluntarios. Se apiñaban multitudes en sus actos, estuviera sola o con su compañero de fórmula, el gobernador de Minnesota Tim Walz. También Pelosi le dio su respaldo y la acompañó en un acto de recaudación de dinero.
En un diálogo privado durante un acto en Wisconsin, la vicepresidenta declaró lo siguiente a Kelley Robinson, titular de la Campaña por los Derechos Humanos, que hace hincapié en temas Lgbtq y acciones políticas: "Esto no solo es una campaña, es un movimiento".
Los republicanos admiten que Harris alteró la competencia, pero algunos continúan confiando en sus posibilidades. "Al final del día sigue siendo una progre de California", afirma Mick Mulvaney, quien durante un año fue secretario general de la presidencia en la Casa Blanca de Trump. "Y con eso no alcanza".