Le dijeron que no podía ser médica y emprendedora, pero fundó tres empresas: su historia
Valentina Sielecki viene de una familia dedicada al mundo de los negocios, sin embargo decidió recorrer su propio camino. De la crisis vocacional al impulso entrepreneur.
Valentina es una rara avis dentro de su familia. Su abuelo, Manuel Sielecki, fundó el laboratorio Phoenix y fue el primer importador de penicilina y de vacunas contra la poliomielitis en la Argentina. Su padre, Daniel, continuó dentro del negocio de la salud como accionista de Elea, en sociedad con los Sigman y Gold. La siguiente rama está compuesta por 11 primos y ella es la única de todo el clan que estudió Medicina. "Son todos médicos frustrados en mi familia. Piensan que saben tratar, te duele algo y te recomiendan antibióticos. Te juro, es la lucha que tengo diariamente", cuenta con una sonrisa.
Estudió en el Instituto CEMIC y entró a la residencia de cirugía general del Hospital Italiano, pero ahí tuvo un cortocircuito con la profesión. "Sentí que no era un lugar en el que me podía desarrollar porque son espacios en los que te sometes a lo que ellos son o sos un infeliz. Me fui con un burnout fuerte", explica. Incluso consideró dejar la carrera y empezar de nuevo.
La pata del negocio siempre le interesó. Entonces se anotó para hacer una maestría en biotecnología en la Universidad John Hopkins, en Maryland. "La verdad es que lo hice por mandato. No tenía ni idea a lo que había aplicado", recuerda.
La mejor manera de entender era haciendo, así que consiguió una pasantía en el área de Business Development del laboratorio español Chemo, propiedad de Hugo Sigman. Seis meses más tarde, la firma la contrató y la envió a Nueva York para desarrollar ese mercado. "Al final nunca empecé el master. Esa parte del negocio era muy lenta, eran proyectos que duraban seis o siete años. Y soy muy proactiva", comenta.
Aprender emprendiendo
Estuvo más de un año y medio en la Gran Manzana hasta que decidió pegar la vuelta. "Empecé a extrañar lo asistencial y sentía que tenía una deuda conmigo misma, así que rendí de vuelta el examen de residencia y entré al CEMIC", apunta. Pero volvió con una idea a partir de una disciplina que había practicado en Nueva York. En 2013, junto a un socio, fundó Rockcyle, una cadena de ciclismo rítmico.
"Fue como el MBA que nunca hice", resume. Al principio, mientras ella hacia la residencia, su socio estaba a cargo de la parte operativa, luego contrató a una gerente General y desde 2021 Valentina está al mando de Rockcycle. De los seis locales que tenían, cuatro cerraron durante la pandemia. "Ahora estamos en proceso de reinventarlo con una rama que se llama RockFX, que es la parte funcional", detalla.
Asegura ser metódica y organizada. Lo necesita ya que hoy cuenta con tres emprendimientos activos. Además de Rockcycle, también tiene su propio consultorio de medicina estética, junto a su colega y socia María Mingo, por el que pasan hasta 4000 pacientes; y es CEO y cofundadora de The Glow Factor, una marca de skin care funcional, natural y libre de parabenos que surgió dentro de su clínica y con la que ya exporta a los Estados Unidos.
El peso del apellido
"Me ha pasado de estar en reuniones con mi exsocio, que era hombre, y que a mí ni me miraran, estaba pintada. ‘Ah, ella es la que trae la plata', pensaban. Y nada que ver porque nadie me dio un centavo", señala.
"Cuando le conté a mi familia lo que quería hacer me dijeron que estaba loca, que no podía ser médica y tener un negocio. Así que los ignoré, fui a buscar plata por otro lado y la conseguí", cuenta entre risas. No obstante, destaca que su familia siempre incentivó que cada uno hiciera lo que quisiese. "Si querés emprender, tenés que darle con ganas para demostrar que tenés lo que se necesita", le decían.
Ella es la segunda de cuatro hermanas mujeres, la mayor es directora Comercial de Mendel Wines, la bodega familiar, mientras que las dos más chicas, mellizas, viven en Europa. Una es abogada y la otra trabaja en un fondo.
Para que un proyecto la motive, resalta, tiene que ser "la consumidora número uno". Hoy buena parte de sus energías están puestas en The Glow Factor, que nació a fines de 2020 con un primer serum Luxury Base Oil y ahora proyectan llegar a los 40 productos para fin de año.
El objetivo de producir en EE.UU.
El 98 por ciento de las ventas son a través de su tienda online, aunque una pequeña parte la colocaron en consultorios y dietéticas para posicionar a la marca. "El año pasado fue un año de desarrollar procesos y poner objetivos realistas para el negocio", indica. Por eso decidieron independizar a este proyecto con su propia oficina y equipo de I+D.
De aquellas primeras 200 unidades, ahora venden 4000 por mes. Parte del aprendizaje para esta nueva aventura como emprendedora se dio en la empresa de la familia. Trabajó en Elea, en Desarrollo de Negocio Biotech, entre 2019 y 2021 y asegura que esa experiencia la ayudó para este proyecto: "Me dio lo que me faltaba para lanzarlo", puntualiza.
Mingo y Sielecki sumaron a una tercera socia, Candelaria Nottebohm, y en febrero realizaron su primer envío a los Estados Unidos. La idea es levantar pronto una ronda de US$ 500.000 para invertir en ese mercado y producir allá. "El ‘made in USA' es re importante. La nuestra es una marca de skin care de lujo accesible, con un precio de entre US$ 60 y 80. Y para ese tipo de mercado si no producís allá, es muy difícil penetrar", destaca. El próximo paso es ingresar a México.
"Soy mujer, tercera generación y el apellido familiar es un peso. Piensan que esto es algo para divertirme un rato y al principio es más difícil que te tomen en serio porque constantemente tenés que estar probando que merecés estar en el puesto en el que estás", reflexiona. Y concluye: "Hoy con The Glow Factor la familia ayuda y pido consejos en cosas que nunca manejé antes. Pero toda la vida siempre intentamos cada uno valerse por sí mismo".
La versión original de esta nota se publicó en el número 354 de revista Apertura.
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